La Vanguardia

Donde menos se piensa

- Quim Monzó

En el chaflán mar-Besòs de la calle Entença con la avenida Mistral hay un bar. Desde que vivo en este barrio el local ha pasado por un montón de manos. Abrían uno y al cabo de pocos meses lo cerraban. Pasaba tiempo con las persianas bajadas y, luego, volvía a abrir con un nombre diferente y nuevos arrendatar­ios. En general eran individuos patibulari­os y no apetecía entrar. Y, si lo hacías, no volvías. Hace un año volvieron a abrir: otro bar con un nombre nuevo: Glop. Pensé: “Este también cerrará pronto”.

Hace tres días me detuve justo enfrente, pero no para mirarlo sino para contemplar cómo, en el lado montaña-Besòs de aquel mismo cruce, dos hombres con chalecos reflectant­es colocaban una barandilla de protección a lo largo del chaflán. No estaba claro por qué lo hacían. Si hubiese sido ante una escuela no habría habido duda: para que los niños que salen de clase a cien por hora no atravesara­n la calzada sin mirar a ambos lados. Pero en ese sitio no hay ninguna escuela. Hay un quiosco-librería que se llama Raconet (antes Manchester), el bar Mari (un jamón de primera, donde un día invité a Jacobo Fitz-James Stuart y

Desde que vivo en este barrio el local ha pasado por un montón de manos

Martínez de Irujo, conde de Siruela, y a unos cuantos editores más, visto que ninguno de ellos hacía el gesto de sacar la cartera), el bar Lalans, una oficina de Correos, una sucursal de Tecnocasa y Comtele, una tienda de mandos a distancia.

A mi lado se paró el dueño de Comtele, que miraba también cómo colocaban la barandilla. Estuvimos charlando un rato sobre el enigma y nos comprometi­mos a investigar y, si sacábamos algo en claro, decírnoslo. Fue entonces cuando, a punto de despedirno­s, me señaló el bar y me dijo: “¿Quieres tomar un café?”. Le expliqué mis dos décadas de reticencia­s hacia aquel local. Me dijo que la cosa ha cambiado, que quien ahora se encarga es un italiano llamado Luca que sirve un café muy bueno. Entramos, nos sentamos, pedimos dos cafés cortos y nos sirvió dos cafés realmente cortos, no con las tazas casi llenas, como hacen en otros sitios, que parece que no entiendan qué quiere decir corto. Fisgoneé por el local y vi que prepara bocadillos pequeños. Le pregunté: “¿No harás bocadillos con berenjenas?”. En una mesa había una mujer que se rió y me dijo: “¡Sí, pero se los hace para él!”. Replicó Luca: “Es que aquí a la gente no les gusta la berenjena en los bocadillos”. “Pero, si un día te pido, ¿me harás?”. “Si tengo berenjena preparada, sí”.

De forma que, en un lugar en el que no habría puesto nunca los pies, quizás he conseguido uno de los sueños de mi vida: tener a cuatro pasos de casa un bar donde comer aquellos panini con melanzane grigliate que sólo como cuando voy a Italia y que, en cambio, sueño cada noche. Lo dijo Joan Fuster, que no se equivocaba: “No digues mai a eixa vella no besaré”. Veremos.

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