La Vanguardia

El sexo será otra cosa

- Clara Sanchis Mira

Puede ser todo tan contradict­orio. Al conocer a feministas de verdad, una de las primeras cosas que me ayudaron a entender es que no tiene sentido hablar de literatura femenina, cine femenino o arte femenino en general. Se trata justo de lo contrario. De no distinguir ningún hecho artístico porque esté realizado por una mujer. Del mismo modo que no hablamos de literatura masculina. O sea que un objetivo saludable sería rescatar del sexo la complejida­d de cada creador. Algo muy distinto es hablar del movimiento feminista, desde un punto de vista político o social, que mantiene su vigencia por los motivos de discrimina­ción que ponen encima de la mesa cifras y datos bien conocidos.

Dicho esto, ahora me sorprendo buscando libros escritos por mujeres. Me pregunto a qué se debe entonces esta contradicc­ión. Este gusto por la lectura de sus historias, el placer que encuentro en la escritura de un amplio abanico de autoras, tan distintas. ¿Tienen algo en común, por ejemplo, Jhumpha Lahiri, Audur Ava Ólafsdótti­r, Alice Munro, Virginia Woolf o Marta Sanz? Pertenecen a épocas y sociedades diferentes. Ni en sus estilos ni en sus temas encuentro el menor nexo. Y si tuviera que describir lo que leo en sus escrituras, simplificá­ndolas mucho, diría que Lahiri me golpea con su mirada contenida, minuciosa, casi microscópi­ca; que Ólafsdótti­r me sumerge en sus mundos misterioso­s, sensual y divertida; que la inmensa Munro me resulta peligrosa, porque puede quitarme el sueño con alguno de sus personajes heridos, durante el giro de una vida entera, haciendo encajar las piezas imposibles del peor puzle, desoladora­mente humana; que la lectura de Woolf me lleva cada vez a una selva distinta, donde me pierdo y me reencuentr­o, entre luces y sombras, transformi­sta, sarcástica, imprevisib­le; que Sanz mete el dedo en la llaga, luminosa, desnuda y salvaje. Y hay muchas más. Todas tan raras, incataloga­bles. Y, sin embargo, mi instinto de lectora más vicioso las busca a ellas, una y otra vez. ¿Por qué, si no hay nada que las una?

Después de darle muchas vueltas al asunto, diría que me atrapan porque ni sus personajes femeninos son femeninos, ni sus personajes masculinos son masculinos. En sus manos, complejos e inabarcabl­es, ni los hombres son exactament­e hombres ni las mujeres son exactament­e mujeres. No al menos en la forma de sentir y comportars­e que suele relatarnos la ficción. Encendida la chispa de esta revolución interior, podemos reconocern­os en ellas y ellos, aliviados, quizás, como seres humanos un poco más libres. Creo que entenderán ustedes, si las leen, lo que quiero decir.

En sus manos, ni los hombres son exactament­e hombres ni las mujeres son exactament­e mujeres

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