La Vanguardia

La historia de la inmigració­n, narrada por pisos sin ascensor

Un ayuda extraordin­aria permitirá que bajar a la calle no sea un calvario para los vecinos de once escaleras del barrio de Can Clos

- DOMINGO MARCHENA Barcelona

El dramaturgo Antonio Buero Vallejo radiografi­ó en Historia de una escalera, de 1948, la España en blanco y negro de la posguerra. Once escaleras sin ascensor del barrio de Can Clos, en el distrito de Sants-Montjuïc, al pie de la montaña mágica, permiten narrar hoy la historia de la inmigració­n. Los bloques se entregaron a medio construir en el dece- nio de los 60. “Si subías detrás de una mujer, le podías ver lo que ocultaba la falda”. Ocurrió lo mismo en muchas barriadas populares, tierra de aluvión para andaluces, gallegos o murcianos. Y para otros catalanes pobres. En el Besòs, el Congrés, la Trinitat Vella y la Trinitat Nova... A pesar de que hoy serían juzgadas como infravivie­ndas, para quienes habían de ser sus ocupantes eran palacios.

El Patronato de la Vivienda estaba obligado a instalar ascensor en los bloques con cinco o más plantas, pero se ahorró costes con un burdo engaño. No construyó bloques de cinco plantas, sino de cuatro plantas y bajos. A Plácido, de 77 años, dueño de un tercero, eso no le preocupó al principio. “¿Cómo iba a hacerlo? En 1965 tenía 27 años y toda la fuerza del mundo. Mi esposa y yo habíamos estado de realquilad­os en una habitación del Raval. La opción era esto o las barracas de Montjuïc, donde vivían los paisanos que habían venido de mi pueblo, Frigiliana, en Málaga”.

“¿Qué íbamos a elegir?”, dice Pedro León, de 75 años, natural de Córdoba y presidente de una comunidad sin ascensor. Vive en un cuarto, que es en realidad un quinto, y su situación se ha agravado porque su mujer se cayó en la calle y ha quedado recluida en casa, exiliada del mundo exterior por miedo a los escalones.

Familias así arreglaron y pintaron las paredes, que les entregaron sin enyesar o de ladrillo sin pulir. Adecentaro­n los lavabos y las cocinas, de sólo tres hileras de blemas de movilidad y bajo poder adquisitiv­o. Familias numerosas, con padres y nietos que viven de la pensión de los abuelos”.

Este perfil demográfic­o ha forzado al Ayuntamien­to a aprobar una dotación extraordin­aria que permita la instalació­n de once ascensores en las calles Diligèncie­s, Marbre y Can Clos. Habitualme­nte, la Administra­ción cubre el 50% de las obras. En este caso, “de manera excepciona­l”, será el 75%. Pero ese 25% restante es un Everest para muchos. Lola, de más de 80 años, ha bajado a la calle en bata. Camina con dificultad y reconoce que las escaleras son una pesadilla, pero no sabe de dónde sacará el dinero.

Unos inmigrante­s han tomado el relevo a otros. Subsaharia­nos, indios, ecuatorian­os. Omar, de Pakistán, conoce de memoria donde están las once escaleras sin ascensor. Es lógico: es repartidor de bombonas de butano. En una segunda planta, también confinada a raíz de una enfermedad, vive la marroquí Fátima. Algunos pisos se han vendido a parejas jóvenes, con uno o los dos miembros en paro y que ven con malos ojos las derramas. Plácido se lo dice a su vecina, que es joven y a la que de momento tampoco le preocupa la falta de ascensor: “Mi presente es tu futuro”. baldosas y sin mármol. Y edificaron una vida feliz. Con muchos sacrificio­s y sin ascensor. Por primera vez parejas que no tenían en la familia a ningún universita­rio enviaron a sus hijos a estudiar. En Can Clos, por ejemplo, se crió la psicóloga y escritora Mar Montilla, autora de Pasión

en Marrakech, entre otros títulos. Y pasaron los años. “Muchas viejecitas necesitan hoy ayuda para subir la bolsa de la compra”, dicen Carmen Gorreta y Milagros Molina, dos vecinas del barrio, dominado por la visión de la torre de comunicaci­ones de Santiago Calatrava. Javier Estévez, un cubano que llegó hace diez años, trabajador de la farmacia Arcas, define la situación con la concisión de un sociólogo y la precisión de un cirujano: “Población envejecida, con graves pro-

El perfil de la zona: población envejecida, con graves problemas de movilidad y muy bajo poder adquisitiv­o

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LAURA GUERRERO Plácido, de 77 años, que llegó a este bloque sin ascensor cuando tenía 27, sube el carro de la compra hasta su tercer piso

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