Ojo con el 2016
Ha tenido amplio eco la reciente revisión notablemente al alza de la previsión de crecimiento del PIB para la economía española referida al 2015 por parte del FMI hasta un 2,5%, que nos sitúa en la banda alta de la eurozona cuyo dinamismo medio se limitaría, según esas proyecciones, a un más modesto 1,5%, aunque aún queda por debajo de la media mundial del 3,5%. Se ha destacado, con razón, que la revisión de ese indicador económico básico para España respecto a las previsiones del mismo FMI realizadas hace apenas tres meses es la más significativa al alza de entre los actores de cierta significación en la economía mundial. Hace pocas semanas el Banco de España presentaba sus proyecciones macroeconómicas que incluían un aumento del PIB en un 2,8%, dato que duplicaría la tasa de crecimiento del 2014. Buenas noticias, por fin, euforia indisimulada en influyentes entornos y esperanzas abiertas tras unos años realmente muy duros en los que España era noticia más bien por revisiones a la baja y por estar a la cola del crecimiento.
Pero un toque de atención importante deriva de esas mismas respetadas fuentes de información económica. Las proyecciones del Banco de España para el 2016 avanzan un crecimiento del 2,7%, con un ligero retroceso del dato apuntado para el 2015. Las previsiones del FMI referidas al 2016 recogen asimismo una cierta inflexión a la baja hasta un 2%. Si examinamos el conjunto de estimaciones del FMI, el caso español es una singularidad (sólo compartida con el Reino Unido) de país para el que la trayectoria ascendente en el 2015 se sitúa en perspectiva de un cierto retroceso para el 2016.
Parece pues razonable preguntarnos por las razones de esta especificidad en la que subyace el debate acerca de la solidez y sostenibilidad de nuestra recuperación. En las proyecciones del Banco de España, la principal razón se cifra en que el aumento de consumo privado para el 2015 no se mantiene al mismo nivel en el 2016, como si el año en curso tuviese un fuerte componente de “superar la abstinencia” tras muchos años antes de volver a pautas más normalizadas. Pero sin duda hay razones incluso más de fondo que merecen clarificarse y afrontarse. Desde la pregunta acerca de si realmente hemos aprendido las lecciones de la crisis y los prometidos esfuerzos para “cambiar el modelo productivo” han sido de la cuantía e intensidad necesarias a si, por el contrario, estamos en cierto sentido “volviendo a las andadas” en ámbitos que generan crecimiento a corto plazo pero cuya calidad y perdurabilidad en el tiempo tiene más solidez que en los formatos que nos deslumbraron y condujeron a la crisis. Y asociado a ello debemos preguntarnos en qué medida necesitamos avanzar en un crecimiento más inclusivo, con un mejor reparto de los “dividendos de la recuperación” que haga más sostenible el motor del consumo interno y más rentable el mercado interior para las inversiones de manera perfectamente compatible con la continuidad de mejoras en la competitividad exterior.
Preguntémonos si hemos aprendido de la pasada crisis