Minijobs, una solución
Hace cuatro años la opinión pública española descubrió los minijobs, esa modalidad de trabajo que se puso en marcha en Alemania en el 2003 y que se distinguía por su alta rotación, baja remuneración y un tope de 15 horas semanales. Las recomendaciones del BCE para que España siguiese esa línea fueron la chispa. La patronal CEOE aplaudía la medida y en la calle se instalaban dos opiniones: por un lado, los que defendían que mejor eso que nada y, por otro, los que temían que supusiese una mayor precarización. El ruido mediático decayó mientras los minijobs, sin que nadie les diese tal nombre oficialmente, se instalaban con cada vez más peso en el mercado laboral: el 10% de los trabajadores españoles tienen ya un contrato de estas características.
Su presencia la confirma el INE (EPA del primer trimestre del 2015): 2,8 millones de trabajadores a tiempo parcial; de ellos, 1,75 millones (casi dos de cada tres) tienen un contrato de este tipo al no haber encontrado quien les ocupe una jornada completa; y trabajan una media 17 horas semanales. En España se les llama contratos parciales pero la descripción encaja perfectamente con la de los minijobs.
Esta generalización es fruto de la reforma laboral del 2013, que flexibilizó las condiciones de este tipo de empleos y creó el escenario propicio para su avance. Entonces nadie habló de minijobs y los cambios legislativos se incluyeron dentro de un paquete de medidas más amplio, lo que ha impedido un debate verdaderamente sosegado.
No todo es malo en el contrato parcial. Primero, porque es positivo cuando es voluntario: quien quiera compatibilizar el empleo con, por ejemplo, el cuidado de los hijos. Y segundo porque reduce la cifra de desempleados. Pero aquí hay que detenerse un instante: ¿vale de algo una estadística, un dato, un indica- dor, si lo tomamos como objetivo en si mismo? La cifra de desempleados tiene su utilidad para conocer qué está sucediendo y adoptar medidas. Si el paro baja a costa de crear trabajadores que no llegan a fin de mes, de poco valdrá la mejora de las estadísticas. Este tipo de contrataciones puede resultar aceptable en esta primera fase de la recuperación: las empresas tienen mano de obra para cubrir sus necesidades puntuales mientras la demanda de productos y servicios es débil y poco constante. El riesgo a largo plazo es alto: el ejemplo de Alemania y el de EE.UU. demuestra que este tipo de mercado laboral tiende a perpetuarse creando bolsas de pobreza laboral y favoreciendo más a las grandes empresas que a las pymes, que no son amigas de la rotación ni pueden planificar con tanta precisión sus picos de carga de trabajo.
La cronificación de una alta tasa de trabajo parcial tiene consecuencias sociales, con los servicios públicos cubriendo el mínimo de subsistencia que el salario no proporciona. También económicas: la dinámica que vincula consumo, actividad, empleo y salarios no funciona si alguno de los eslabones falla. La llegada de la recuperación obliga a mirar a largo plazo y no valen trampas dialécticas para evitar el debate sobre los minijobs. Si no se pone remedio, han venido para quedarse.