La Vanguardia

De la calle al equipo directivo

Gemma Culla y Lluís Serra dejan atrás la indigencia y forman parte de un consejo asesor de la Fundació Arrels, que atiende a personas sin techo

- ROSA M. BOSCH

La calle es muy, muy dura... Tienes que aguantar el menospreci­o de la gente, que nos llamen borrachos, putas... Te miran como si fueras basura y la gente debería ser consciente de que todo el mundo puede acabar así”. Gemma Culla dejó el alcohol y la indigencia hace dos años y desde hace siete meses comparte un piso de Arrels en Ciutat Vella. Otra de las novedades es que en enero pasó a formar parte del equipo directivo de esta fundación del Raval. Con la incorporac­ión de Cu- lla y de Lluís Serra, ambos de 62 años, a este órgano de diez miembros, Arrels pretende dar voz a las personas que viven en la calle.

Ayer hubo reunión del equipo directivo, en la que se abordó revisar las cantidades que pagan las personas que viven en pisos de la entidad y que oscilan entre los 150 y los 200 euros, explica el director de fundación, Ferran Busquets. En algunos casos esta cifra se considera demasiado elevada para que los usuarios de Arrels puedan disfrutar de una cierta independen­cia económica.

Culla y Serra, por diferentes motivos, lo perdieron todo y acabaron sobrevivie­ndo al raso. Serra cinco años y Culla cuatro du- rísimos meses, aunque ya sumaba una larga etapa de un centro de rehabilita­ción a otro, de albergue en albergue... “Hasta que en uno me dieron un ultimátum: ‘o dejas el alcohol o a la calle’. Y yo decidí vivir”, comenta Culla, a quien tantos años de precarieda­d le han dejado huella. Se mueve en una silla de ruedas motorizada, tiene diabetes y a los 40 sufrió una aneurisma cerebral.

Culla explica con toda naturalida­d su azarosa vida: “Nací rebelde y he tomado muchas decisiones equivocada­s, me casé a los 20 años con el primer chico que me dijo te quiero, para huir del control paterno”. La cosa no funcionó y a los 21 se separó. Tam- bién dejó sus estudios de Biología en tercero. Cuenta que a los 24 se fue a vivir con un novio alcohólico y empezó a beber. “He perdido mil empleos y he conseguido otros mil, cuando se daban cuenta de mi adicción me despedían educadamen­te”. Ha trabajado de traductora de francés, de correctora de textos, de comercial, de secretaria de dirección, de recepcioni­sta en una conocida emisora de radio... Hasta invirtió el dinero del despido de una editorial en una tienda de golosinas en Gràcia, pero no funcionó y tuvo que cerrar. “Me quedé sin dinero y lo poco que tenía lo gastaba en alcohol y tabaco, iba una vez a la semana a la parroquia a buscar comida y, gracias a Dios, no me quitaron a la niña”.

“Mi hija creció con una madre alcohólica, se crió con canguros y en la guardería. He tenido mil recaídas hasta hace dos años que lo dejé”. Perdió el contacto con su hija, que ahora tiene 29 años, tras ser desahuciad­as. “Estuve dos años sin saber nada de ella, le envié mensajes a través de Facebook, pero no quería verme. Ahora ya tengo relación con ella”.

Serra llegó a Barcelona desde Alicante con el boom olímpico. Hizo de todo, de conserje, limpiador de cristales... En 1994 se quedó sin trabajo y cuando se acabó el paro sólo tenía la calle. “Al principio lo llevas muy mal, después aprendes a sobrevivir, sabes dónde puedes ir a comer”, comenta. Desde el 2012 ocupa un piso del Patronat Municipal de l’Habitatge y por las mañanas ayuda como voluntario en Arrels.

“En las reuniones del equipo de dirección –añade–, cada 15 días, doy mi opinión sobre temas prácticos, como el funcionami­ento de las duchas, el horario del centro abierto...”. Ambos coinciden en que lo más importante es la flexibilid­ad, “detrás de cada persona que vive en la calle hay historias muy complejas”.

 ?? XAVIER CERVERA ?? Gemma Culla charlando con Lluís Serra, que prefiere no salir en la foto, delante de la Fundació Arrels, en la calle Riereta del Raval
XAVIER CERVERA Gemma Culla charlando con Lluís Serra, que prefiere no salir en la foto, delante de la Fundació Arrels, en la calle Riereta del Raval

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