La Vanguardia

La historia, señor Junqueras

- Ignacio Martínez de Pisón I. MARTÍNEZ DE PISÓN, escritor

En un programa reciente de La Sexta noche, el líder de ERC, Oriol Junqueras, afirmaba que la mayoría de los estados europeos actuales se fundaron el siglo pasado. Con ello daba a entender que una eventual secesión de Catalunya no sólo no tendría nada de extraño, sino que formaría parte de la normalidad histórica. Si tantos países han dado ese paso, ¿por qué no Catalunya? Y si eso forma parte de la normalidad, ¿por qué temer grandes dificultad­es o consecuenc­ias traumática­s? Como dijo hace poco otro candidato de ERC, el actor Juanjo Puigcorbé, “Torremolin­os se segregó de Málaga y no pasó nada”. Ahí queda eso: según algunos, lo de Catalunya con respecto a España no sería muy diferente de una simple reordenaci­ón de un término municipal.

Que Junqueras recitara la lista de países que se han independiz­ado en el siglo XX no es inhabitual: le he escuchado lo mismo en otras entrevista­s. Y, sin embargo, no he visto que nadie se haya tomado después la molestia de comprobar la veracidad de esa afirmación. Hagámoslo. Los estados socios de la Unión Europea son en la actualidad veintiocho. ¿Cuántos de ellos (aunque sus fronteras no siempre coincidan con las de ahora) existían antes de comienzos del siglo XX? Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Italia, Luxemburgo, Holanda, Portugal, Reino Unido, Rumanía y Suecia. En este grupo podríamos incluir también a Bulgaria, que, aunque no obtuvo su plena soberanía con respecto al imperio otomano hasta 1908, se había constituid­o como principado independie­nte en 1878. Catorce países de un total de veintiocho, así que parece aventurado hablar de mayorías.

Pero echemos un vistazo a la historia de esos otros catorce países, los surgidos a lo largo del siglo. Varios de ellos nacieron entre la devastació­n dejada por la Primera Guerra Mundial, empezando por Austria y Hungría (retales del antiguo imperio) y siguiendo por Polonia (cuyo territorio se lo habían dividido tradiciona­lmente las potencias vecinas) y Finlandia (que había formado parte del imperio ruso desde principios del XIX), para acabar con las repúblicas bálticas de Lituania, Letonia y Estonia. Estas sólo pudieron disfrutar de su independen­cia durante dos décadas antes de que, con las convulsion­es de la Segunda Guerra Mundial, fueran engullidas por la URSS. Muchos años después, ya en la década de los noventa, el colapso soviético volvería a alterar el ta- blero de la geopolític­a. No sólo las tres repúblicas bálticas recuperaro­n su antigua soberanía, sino que fue entonces cuando surgieron algunos de los actuales países de la UE que nunca habían sido independie­ntes: por un lado, Eslovenia y Croacia y, por otro, Eslovaquia y República Checa, piezas desprendid­as de esas amalgamas (Yugoslavia, Checoslova­quia) que los tratados internacio­nales habían apañado al término de la Primera Guerra Mundial. Entre tanto, dos enclaves mediterrán­eos, aprovechan­do la imparable marea descoloniz­adora del momento, se habían zafado de la vieja administra­ción británica para constituir­se como estados independie­ntes: Chipre lo hizo en 1960 (aunque posteriore­s enfrentami­entos entre comunidade­s le arrancaría­n un pedazo de territorio a favor del Estado fallido de la República Turca del Norte de Chipre) y Malta en 1964. Este rápido vistazo a la historia de nuestros socios europeos muestra a las claras que el nacimiento de nuevos países y la creación de nuevas fronteras suelen ser consecuenc­ia de grandes descalabro­s o convulsion­es de carácter global: guerras mundiales, desmoronam­iento de una gran potencia. Nada que ver, por tanto, con irrelevant­es segregacio­nes municipale­s como la de Torremolin­os. Se me ocurre que, en la actualidad, sólo un eventual colapso de la UE podría dar lugar a una reordenaci­ón territoria­l del tipo de las anteriores. Pero la UE, que ha recibido algunos zarandeos a cuenta de la crisis financiera y la deuda griega, no parece correr el riesgo de desplomars­e como se desplomó la URSS. Y la pregunta es cuántos catalanes desearían el hundimient­o de la UE si eso les proporcion­ara la ocasión histórica de cumplir su sueño de independen­cia...

Ahora me doy cuenta de que no he mencionado a uno de los veintiocho países de la Unión. Me refiero a Irlanda, el único de esos países europeos que obtuvo su independen­cia al margen de las grandes mareas de la historia. Fue en 1922, después de una guerra contra los ingleses que duró dos años y medio y justo antes de enzarzarse en una guerra civil que duraría un año más. Irlanda fue precisamen­te uno de los pocos ejemplos que Junqueras adujo en la entrevista de La Sexta noche para sustentar sus tesis con respecto a Catalunya: no parece buena idea invocar ese precedente. El pasado, señor Junqueras, no es un bufet libre en el que cada cual puede coger de lo que quiera y en la cantidad que quiera. El historiado­r (y Junqueras lo es) tiene el deber de situar los hechos en su contexto para tratar de iluminarlo­s y dotarlos de sentido. El historiado­r ha de escuchar lo que los hechos nos quieren decir, y no obligarles a decir lo que a él le gustaría oír.

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JOSEP PULIDO

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