Coleta cortada
Aunque la política es territorio de milagros y transformaciones, pocas veces se ha visto una metamorfosis tan extraordinaria como la de Pablo Iglesias, y tan rápida que casi emula al famoso Gregorio Samsa kafkiano. No hace ni un año llegó con su coleta al viento y amagó con ser el terror de castas, reyes y poderes financieros, y pronto la trinchera de los platós sustituyó al duro asfalto. Eran los tiempos de la nueva revolución con aires venezolanos, y en los sesudos programas de sus politicólogos expertos se hablaba de no pagar la deuda pública, garantizar una renta básica universal, salir del euro, nacionalizar las compañías eléctricas, la banca, los transportes, proclamar la república, prohibir la tauromaquia, prohibir los desahucios, jubilar a los 60 e incluso plantear un salario máximo permitido. Así se presentaba el compañero Pablo, homenaje viviente del otro Pablo, el que había inventado el socialismo verdadero. Y de mito saliente a mito entrante, el vendaval Podemos agitó el vaso de la política.
Respecto a lo catalán, todo eran bra-
No saber si valenciano y catalán es la misma lengua ¿es evolución, devolución o ignorancia garrula?
zos abiertos, sí al referéndum, sí al derecho a decidir, sí a la autodeterminación y sí a escuchar la voz del pueblo catalán, que finalmente ya no gritaría a un coro de sordos. Pero algo pasó en el proceso del asfalto al plató, y a medida que crecían las expectativas, sonreían las encuestas y se glorificaban las nuevas promesas, se iban perdiendo las coherencias radicales. Ya no saldríamos del euro, nada de renta universal; los toros, ni tocarlos; el rey, un simpático personaje de Juego de tronos; la casta, llena de Bonos, Zapateros y otros amigos; la república, para más tarde; el no a los desahucios, reconvertido en alternativa habitacional, y la lista de nacionalizaciones ni estaba ni se esperaba. Y vuelta a Catalunya, derecho a decidir sí, pero de cartón, nada de ejercerlo; la unidad del catalán y el valenciano, no se sabe, cosas de la filología; el corredor mediterráneo, un tema difícil, no sabría responderle, y el pueblo catalán, muy simpático, ahorrador y que se quede en casa. En el proceso de transformación ya no era un líder, sino el mesías del pueblo, algún compañero se había ido a otras compañías, y de Venezuela e Irán se acordaban menos. Y entonces apareció el cambio más definitivo: ya no eran neocomunistas, o postrevolucionarios, o la nueva izquierda, ahora eran socialdemócratas, habitantes del deseado centro, donde se amontona la perversa casta.
Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a evolucionar, aunque respecto al tema catalán más bien han devolucionado, pero es lo que tiene el sutil encanto del poder. Sin embargo, esto de no saber si el catalán y el valenciano es lo mismo ¿es evolución, devolución o ignorancia garrula? Y lo del corredor, ¿no sabe nada de una infraestructura básica para la economía? En fin, que don Pablo llegó con coleta revolucionaria y ya se la ha cortado.