La Vanguardia

La casa Europa

- C. ESPALIÚ BERDUD, director del Instituto Carlomagno de Estudios Europeos de UIC Barcelona Carlos Espaliú Berdud

Han transcurri­do pocas semanas desde que tuvo lugar una de las mayores tragedias humanas de los últimos tiempos: el naufragio de un pesquero en el canal de Sicilia con unos 700 pasajeros a bordo. Se trataba de personas anhelantes de alcanzar las costas europeas para buscar una vida mejor. Este acontecimi­ento, tan doloroso, ha servido para despertarm­e un tanto de la inconscien­cia ambiental, pues la frecuencia con la que acontecen estos accidentes nos anestesia para no sufrir, y quizá para no actuar. Este gigantesco problema merece una profunda reflexión que quisiera comenzar hoy siendo positivo, pues celebramos el día de Europa, mañana 9 de mayo. ¿Qué mueve a tantos seres humanos a invertir todos sus recursos económicos y la vida para venir a nuestro continente? El otro día, en una tertulia que nos reúne a un grupo de amigos, nos hicimos esta pregunta. Alguno avanzó la respuesta económica: vienen para ganar dinero. Estuve y estoy de acuerdo con ello, pero creo, o quisiera creer, que hay algo más. Para mí, la combinació­n que hace que para muchos Europa parezca el paraíso terrenal, en particular para los que no viven en ella, es la fórmula Estado de derecho, economía de mercado y cultura rica y abierta.

Comparada con otras zonas del mundo, Europa es una isla de seguridad y de bienestar donde una vida humana puede desarrolla­rse con la esperanza de no verse truncada en cualquier recodo del camino. Esta situación privilegia­da se ha conseguido con inteligenc­ia, voluntad y sacrificio. Con la madurez de quien lleva muchos siglos a la espalda y sa- be que sólo la unión evita la separación, y con ello la guerra, suma de todos los males. El problema de los europeos, sobre todo de las generacion­es jóvenes, es que estamos acostumbra­dos. Europa me recuerda a la casa del padre de la parábola del hijo pródigo del Nuevo Testamento. Uno de los hijos se aburría en ella y decidió salir al mundo a disfrutar de la vida dilapidand­o su herencia. Cuando se dio cuenta de lo que había por el mundo fuera de su casa, quiso volver a ella desesperad­amente, pues comenzó, por el contrario, a evocar las riquezas cotidianas de las que vivía rodeado y que en su momento no supo aquilatar. ¿Que también en Europa hay problemas abundantes? No cabe duda, ninguna casa es perfecta. Celebremos lo conseguido, especialme­nte por las generacion­es de la posguerra europea, y sigamos luchando para mejorar la casa Europa.

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