Caleidoscopio
Sin yo saberlo, he estado muy enfadada con un amigo. Sin saberlo, me he enrocado en un brusco conflicto, imagino que con el ceño fruncido y un aire huraño bastante desagradable. Ignoro cómo iría vestida, si sacaba o no a pasear ese perro que no tengo. En lo que respecta a esos días de mi enfado, no sé nada de mí. Raro desdoblamiento que sucedía sin que yo me enterase, convencida de que la relación con mi amigo, sin verlo, mantenía su lugar confortable, distraída con las cosas de la vida, razonablemente contenta o, al menos, sin enfadarme con casi nadie. Hasta diría que en un momento de pacifismo cotidiano, que últimamente practico con deleite casi científico.
¿Y cómo se puede estar enfadado sin estarlo? Con un malentendido, hablando por WhatsApp. Algo que yo escribí ironizando fue leído por mi amigo en sentido literal, como la irrupción de un súbito conflicto. Mientras yo jugaba, él estaba serio. Móvil en mano, vivíamos dos realidades opuestas. Y, aun conociéndonos mucho, no supimos leer nuestros estados de ánimo. Pensaba que estabas muy enfadada conmigo, soltó para mi estupefacción. ¿Yo? Viene aquí a cuento esa frase de Ronald Laing que dice que los humanos somos invisibles los unos para los otros. Si esto sucede al natural, ¿cómo será a través de las pantallas? Aunque esté mal que yo lo diga precisamente aquí, quizás las palabras escritas no dicen nada. O muy poco. Demasiado asépticas, apenas rozan la superficie de la comunicación, alejadas del sentido que uno, invisible y ciego, cree transmitir. A las palabras escritas les falta ese brillo revelador de la mirada, esa caída de párpado y, sobre todo, el juego sonoro; la cadencia de la frase, la hondura de una vocal, la sensible temperatura de la voz. Los actores sabemos que un texto es susceptible de infinitas interpretaciones.
Pero más allá de estos riesgos tecnológicos, que nos enseñan a estar ojo avizor, este conflicto fantasma da que pensar sobre esas vidas paralelas que, sin saberlo, podemos estar habitando en la mente de los otros. Las personas que piensan en nosotros, ¿cómo nos ven? ¿Exactamente con qué andares, camisa, peinado, expresión o color de cara nos dibujan en su cabeza? ¿Qué frases ponen en nuestra boca en esos diálogos imaginarios que a menudo construimos con las personas de nuestra vida? Del mismo modo que todos reinventamos, maleamos o rediseñamos a la gente que nos rodea, usted y yo somos pensados a través de otras imaginaciones. De ser invisible a polimorfo tal vez no haya más que un paso. Asunto que, sin dejar de tener su lado inquietante, podría multiplicar nuestra limitada existencia, de un modo caleidoscópico. ¿Cuántos somos, repetidos pero diferentes, aquí y allá? ¿Qué bailes alucinantes estaremos bailando, ahora mismo, usted o yo, en los planetas mentales de alguien más?
A las palabras escritas les falta ese brillo revelador de la mirada, esa caída de párpado y, sobre todo, el juego sonoro