¿Informe PISA para qué?
Regularmente, la OCDE quiere saber a través del informe PISA el nivel educativo mundial de los escolares de 15 años. Hace tiempo que los países asiáticos económicamente desarrollados se llevan la palma en el particular baremo establecido por PISA y aceptado de un modo generalizado. En otros índices, es muy probable que no fuera así.
Con especial énfasis en matemáticas y materias centradas en el crecimiento económico, los que obtienen mejores calificaciones son los alumnos de Corea del Sur, Japón, Singapur, Hong Kong, Shanghai… Adolescentes que también copan los primeros puestos en estrés, presionados desde pequeños a estudiar durante muchas horas tanto por el bien de su país como para sí mismos. En unos estados con escasa o nula protección social, es decir, con vacíos en sanidad y educación públicas, en seguro de paro y en pensiones, tendrán que trabajar pensando en el día de hoy y en el de mañana. La necesidad agudiza el ingenio, se afirma, pero también se dice que por la vida se pierde la vida. Y no sólo eso, sino que también se echa a perder el mundo. Cuando lo único que importa es el factor crematístico, la explotación de los humanos corre parejas con la terráquea.
En las escuelas, junto a la instrucción se infunden valores. No darán los mismos frutos los estudiantes imbuidos de conceptos economicistas que los educados entre prismas humanísticos. Finlandia, para exponer un caso concreto, ha perdido puntos respecto de los líderes asiáticos, pero sólo en la calificación PISA, una apreciación hecha por hombres como los demás, no por dioses que estarían por encima del bien y del mal. Los finlandeses, y otros a su semejanza, conceden más importancia a la formación para ser mejores personas que para el enriquecimiento material. Y las consecuencias no atañen sólo a parcelas geopolíticas y personales sino al planeta entero. Porque la meta del lucro por encima de todo conduce a la degradación de la vida humana y de la animal. Conduce a políticas como las vigentes de seguir contaminando el aire, la tierra y los mares, de provocar alergias hasta ahora desconocidas, de incentivar enfermedades graves, de anteponer los negocios a la racionalidad de respetar a las personas y al único mundo al que pertenecen. Así pues, hacer caso omiso del PISA, mejor aún, abolirlo, sería tan inteligente como saludable.