¡Todo el poder a los alcaldes!
El estadounidense Benjamin R. Barber, asesor de Bill Clinton y otros políticos, defiende que los líderes de las ciudades gobiernen el mundo
El profesor Benjamin R. Barber, (Nueva York, 1939) tiene un sueño: que los alcaldes gobiernen el mundo. Este prestigioso politólogo, asesor de organismos y grandes líderes políticos –desde Bill Clinton a Johannes Rau– ha recalado en Barcelona justo cuando arranca la campaña electoral para presentar su ensayo Si els alcaldes governessin el món (Arcàdia), donde propugna la creación de una nueva institución internacional, que agruparía a los ayuntamientos del mundo y gobernaría las grandes cuestiones globales. Cree que, ante la inminente cita electoral, los aspectos que valoran los votantes “no son siempre los más importantes: la gente se fija en temas locales como la emigración, el transporte, la vivienda, el nivel de renta... que son muy importantes a corto plazo, pero a largo plazo lo que cuenta es el calentamiento de la atmósfera, la financiación, la integración de esos emigrantes en la comunidad, la seguridad y el terrorismo, los virus como el sida o el Ébola... Los grandes temas de una ciudad son los globales, pero escapan de los debates”.
En la introducción de su libro cita a Xavier Trias “porque Barcelo- na se ha convertido, bajo su mandato, en una de las ciudades más implicadas en las redes globales interurbanas del mundo, donde se tratan conjuntamente los grandes temas mundiales. Se ha dado cuenta de que el tema no es la inserción de Barcelona en Catalunya sino en el mundo”.
¿No idealiza a los alcaldes, pensando que son los más capacitados para arreglarlo todo? “En absoluto. Hay muchos alcaldes corruptos, ineptos y estúpidos pero, estadísticamente, hay muchos menos que entre los primeros ministros y presidentes de los países. Soy realista: Barcelona está mejor gobernada que España, París que Francia, Moscú que Rusia y Nueva York que EE.UU., es algo evidente en todo el mundo”. Para él “los gobiernos estatales han fracasado y las ciudades tienen derecho a tomar el mando sobre las decisiones que afectan a sus ciudadanos”.
Existen, a su juicio, medios objetivos para evaluar si las políticas de una ciudad son correctas: “¿No se gasta más de lo que se ingresa? ¿Los puestos de trabajo crecen? ¿La policía es respetada por la comuni- dad? ¿Los emigrantes se sienten parte del conjunto? ¿Hay asesinatos? ¿La gente emigra a otras ciudades? ¿Se puede pasear de una punta a otra?”. Un examen que no pasarían París, por sus problemas en la banlieu, o Los Angeles, donde tener coche es imprescindible.
Barber –que apoya el derecho a decidir de Catalunya aunque “personalmente la independencia no me parece buena idea”– dedica especial atención a las ciudades inteligentes, por su apuesta por las nuevas tecnologías aunque recuerda que, “antes que nada, los inteligentes deben ser los ciudadanos y políticos, porque la tecnología sin inteligencia nos conduce a Auschwitz, un prodigio de racionalidad”.
Denuncia que la globalización “se extiende entre las empresas como McDonalds o los bancos, los grupos terroristas como Al Qaeda, pero no en las políticas públicas, donde la ONU ha fracasado en su cometido. O democratizamos la globalización o lo tenemos mal”.
Sobre la cultura, que suele usarse como reclamo turístico, dice que “verlo así es estúpido, la cultura es para los que viven en la ciudad, lo que aporta a la ciudadanía es enorme, no cuantificable, la cultura no es parte de la ciudad, sino que es la ciudad, lo que la define. Y si cuesta dinero, por favor, páguenlo, alcaldes, o se quedan sin ciudad”.
“Soy realista: Barcelona está mejor gobernada que España, París que Francia, Moscú que Rusia...”