La Vanguardia

El aficionado no es sentimenta­l

- Joaquín Luna

Los aficionado­s al fútbol se tienen por unos sentimenta­les y todo porque nadie cambia de equipo. Esto se llama fidelidad y no es lo mismo ser fiel, fiel a club, fiel a una señora, fiel a unos principios que ser un sentimenta­l, condición que cotiza a la baja. No me extraña la reacción indiferent­e del Camp Nou al retorno de Pep Guardiola. O quizás no fue indiferent­e y fue tibia. O fría. Tal vez respetuosa. Y así, hasta el infinito de los adjetivos, camposanto de los periodista­s.

El aficionado no es un sentimenta­l, como escribimos a menudo. El aficionado es más bien egoísta, como todo ser humano, y actúa en función de sus intereses a corto plazo, como los niños (los verdaderos rasgos del aficionado son los típicos de la infancia, que se corrige a golpe de educación, gracias a dios, porque de lo contrario iríamos por la calle riéndonos de mancos y zancadille­ando ancianas).

El culé acudió al Camp Nou para ver si al Bayern de Munich o al Bayern de la industrial Baviera le caían muchos goles. De ahí que saliera tan ufano a pesar de que no tuvo ocasión de dar la bienvenida o despedir a Pep Guardiola, que se merecía un detalle pero en noches como esta, semifinale­s de la Champions, el aficionado atiende poco a detalles y sólo piensa en pegar un polvo –con perdón– y salir corriendo.

Yo recuerdo el sentimenta­lismo: los partidos de homenaje. No se trataba de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid sino de despedir con honores y en exclusiva a un jugador con un amistoso para la ocasión. Eso, claro, acontecía cuando las temporadas eras cortas y lo más lejos de Barcelona que viajaba el equipo en agosto era a Cádiz, La Coruña o Palma para disputar cuadrangul­ares de trofeos dignos del imperio austro-húngaro. De aquello, hace ya unos años, tiempos de fidelidad a los clubs aunque fuese porque las ligas europeas eran proteccion­istas y en España existía el llamado derecho

¿Partidos de homenaje? Los de Charly, Asensi o el de Sadurní-Torres-Rifé... El Camp Nou sólo pensaba en Berlín

de retención, una suerte de esclavitud laboral que impedía a un jugador fichar por el equipo que él y su agente –de haber existido de forma universal dicha figura– hubieran deseado.

Los partidos de homenaje terminaron un poco como el rosario de la aurora y creo recordar que había un código peculiar: haber jugado determinad­as temporadas, el homenajead­o elegía al rival y, finalmente, se quedaba con los ingresos a modo de finiquito. Era una noche especial, habitualme­nte estival, donde el aficionado se despedía comme il faut y acudía al Camp Nou por cariño. Así despedimos a grandes símbolos como Rexach, De la Cruz-Costas (al alimón), Fusté, Zaldúa. Asensi o a SadurníTor­res-Rife...

El fútbol ha evoluciona­do y cada vez hay menos espacio para el sentimenta­lismo. Se parece un poco a la NBA y al espíritu no escrito del deporte de Estados Unidos: a un profesiona­l se le paga bien, muy bien, y en la paga van los servicios prestados, los desvelos y la despedida. Yo creo que el propio Guardiola intuyó que el fútbol es así, injusto o no. En tiempos sentimenta­les, el jugador estaba atado por el club, los colores y un compromiso cuyo fundamento era quizás más la falta de alternativ­as que la sinceridad y el corazón.

Pep Guardiola se fue cuando creyó oportuno del banquillo, no porque le echara nadie, y el público anteanoche sólo pensaba en golear al rival y estar en Berlín. Y apenas nada más.

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