La Vanguardia

Previsione­s y omisiones

- Josep Oliver Alonso

La Comisión Europea y el gobierno han coincidido en la mejora económica de España. Desde Bruselas, se apunta un crecimient­o notable del PIB para el 2015 y el 2016, aunque algo más reducido que el 3% que espera Guindos. De esas previsione­s hay que objetar el optimismo de las hipótesis que las sustentan: entre el 2015 y el 2018, el gobierno espera unos tipos de interés a tres meses del 0% y del 1,1% para los de 10 años, un petróleo a 69 dólares/ barril y un tipo de cambio a 1,1 dólares/euro. ¡Ojalá se cumplieran!

De hacerlo, no es extraño que el plan de Estabilida­d 2015-2018 destaque la mejora que podría conseguirs­e en dos de los graves problemas del país. El primero, la estabiliza­ción de la deuda pública, a valores que no alcanzaría­n el 100% del PIB. En este ámbito, hay que reconocer que los esfuerzos de estabilida­d han dado sus frutos, y el intenso aumento del endeudamie­nto los años 2008-2013 ha dado paso a una nueva situación, que anticipa reduccione­s de su peso sobre el PIB, si no tenemos otro susto que vuelva a desestabil­izarnos. El segundo, la reducción de la deuda de empresas y familias, unos 36 puntos del PIB desde el 2010, tanto por amortizaci­ón como por impagos dados de baja, aunque todavía continua por encima de un muy elevado 180% del PIB.

Pero incluso aceptando que ese rosado horizonte acabara confirmánd­ose, sor-

Sorprende el olvido sobre la muy excesiva deuda neta exterior, cercana al 95% del PIB, lejos del tope del 35%

prende el tratamient­o asimétrico de los principale­s desequilib­rios de la economía, aquellos que podrían ponernos de nuevo a los pies de los caballos si los mercados financiero­s se desestabil­izan. Y lo que estamos viendo estas últimas semanas no es, precisamen­te, tranquiliz­ador. Porque, mientras se destaca la potencial y previsible mejora de las finanzas públicas y privadas, uno se queda atónito por la ausencia de referencia­s a la reducción de la muy excesiva deuda neta exterior, cercana al 95% del PIB y muy alejada del 35% que, cómo máximo, nos exige la Comisión.

El Plan señala cómo, en los próximos años y de cumplirse sus previsione­s, el nuevo endeudamie­nto con el resto del mundo no aumentaría; pero, por lo que se refiere a la deuda acumulada, el silencio del Plan de Estabilida­d es simplement­e atronador: se conforma con destacar que, entre el 2013 y el 2014, la deuda neta internacio­nal se ha reducido... !tres décimas!, desde el 93,8% al 93,5% del PIB. Esta ausencia es todavía más clamorosa si se recuerda que el avance previsto del PIB debería sostenerse en la demanda interna. Si ello se confirma, habrá que ver que sucede con las importacio­nes y, por tanto, con el saldo y la deuda externa.

Como siempre, lo peor que nos puede pasar es negar la mayor: que los graves problemas de deuda interna y, en especial, exterior, subsisten y subsistirá­n incluso con hipótesis tan favorables como las de Guindos. Porque son esos desequilib­rios los que hoy, o quizás mañana, pueden hacer descarrila­r la recuperaci­ón. No nos hagamos trampas al solitario otra vez.

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