La Vanguardia

“No compre lo último en tecnología, sino lo penúltimo”

Tengo 53 años: ya sé distinguir el marketing para aparentar de la tecnología que soluciona problemas. Nací en Atenas. Cada vez hay menos vocaciones de ingeniero en Occidente y más en Asia, por eso nos ganan. Tengo dos hijas orgullosas ingenieras. Colaboro

- LLUÍS AMIGUET

Pese a ser ingeniero, no lleva lo último en telefonía móvil... Es lo penúltimo y, antes de comprarlo, he comprobado que iba muy bien. ¿Siempre hace lo mismo? Nunca compro lo último en tecnología ni tampoco ningún sistema tecnológic­o revolucion­ario. Mi última gran compra tecnológic­a ha sido el gran planetario del museo de Boston. Y no elegimos el más moderno, pero sí el más moderno que ya sabíamos que funcionaba muy bien.

¿No puede ser el último y el mejor? No sin riesgo. Al comprar lo penúltimo de cualquier tecnología, evito que los ingenieros experiment­en conmigo como usuario antes de introducir las mejoras necesarias. Y, además, me ahorro los gastos de I+D, el marketing y los anuncios con musiquitas y modelos guapísimas y carísimas.

Nuevo no siempre es mejor. Mi objeción a la compra sistemátic­a de lo último es conceptual, porque el marketing es esclavo de la novedad, pero la tecnología da la solución idónea en cada momento a problemas humanos que suelen ser antiguos. Da soluciones como este vaso de agua. No parece muy tecnológic­o. Es espléndido. Es tan antiguo como el vidrio, pero sigue siendo inmejorabl­e para apreciar las cualidades del agua. La ciencia descubre el mundo; la ingeniería lo diseña a la medida de los humanos. Casi todo a nuestro alrededor es tecnología que, en su mayor parte, no es moderna.

Yo no sé utilizar la mitad de los trastos por los que he pagado una fortuna. Y no somos consciente­s de lo rápido que dejan de fabricarse. Si una invención –y hay muchas– no es necesaria, deja de utilizarse y pasa a ser mera especulaci­ón tecnológic­a del pasado y, al final, un objeto ridículo.

¿Cómo saber qué tecnología comprar? Deconstruy­a su vida en necesidade­s y luego deconstruy­a el producto que podría satisfacer­las en tecnología­s.

Por ejemplo... Vaya de la necesidad al producto; no al revés. Si va a comprar un coche, recuerde qué ha hecho durante los últimos meses y analice qué ha necesitado. Luego, piense en un vehículo que responda a esas necesidade­s que segurament­e volverá a tener...

¿Y si no puedo pagarlo? Al menos, ya habrá evitado ir directo a com- prarse el coche más caro que se puede permitir sin saber si lo necesita, que es el error más común. Yo tengo un perro grande y sucio; una barca de pesca y un estrecho camino de barro y, a veces, nieve hasta casa...

No le veo en un deportivo color crema.

Por eso tengo una camioneta todoterren­o. Otra cosa es que quiera aparentar, pero un buen ingeniero se luce cuando demuestra que sabe cubrir necesidade­s al menor coste.

¿Cómo deconstruy­e tecnología­s?

Usted tiene la necesidad y sabe que hay una tecnología para satisfacer­la. A mí me gusta pescar y busco un buen carrete de pesca, por ejemplo. Bien, lo que hago es deconstrui­r el último modelo –y más caro– para ver qué tecnología­s utiliza y a qué precio.

¿Y luego se lo compra según ese análisis?

Aún no. Cuando ya sé qué contiene, busco el segundo o tercer modelo menos caro y me aseguro de que me proporcion­e lo mismo o casi lo mismo. Esa mínima diferencia de calidad se paga demasiado cara... A menos que uno quiera fardar de carrete.

Somos lo que queremos aparentar.

Ese es precisamen­te el problema de las ingeniería­s en EE.UU. y ahora ya en Europa.

¿No molan?

Repase las series más populares de televisión: ¿quiénes son los héroes?

¿Los deportista­s?

En directo, sí, pero las series de televisión son de médicos y abogados... ¿Sabe los dos únicos ingenieros que salen?... Homer Simpson y el de The Big Bang theory.

Y los Simpson se acercan más a lo que somos que a lo que quisiéramo­s ser.

La clase media norteameri­cana de los sesenta y de la conquista del espacio adoraba las ingeniería­s, que captaban los mejores talentos, que hoy estudian Medicina o Derecho. En cambio, hoy el Rover aterriza en Marte y se habla de hazaña de la ciencia, pero cuando empieza a fallar se achaca a un fallo de ingeniería.

Le veo preocupado.

En inglés, además, cuando se atasca el lavabo del hotel llaman al ingeniero ( engineer), y el conductor del tren también es el engi

neer. Ese tipo de ambigüedad­es no prestigia a una profesión.

No deberían afectar a quienes la aman.

Me preocupan las estadístic­as de ingreso en las ingeniería­s, porque están en descenso en EE.UU. y en Europa. Sólo en Asia los héroes siguen siendo ingenieros. En China, por ejemplo, todos los cargos con poder están copados por tecnócrata­s ingenieros.

También en Corea, que nos adelanta.

La inmigració­n empeora el problema en Estados Unidos porque no tiene tradición ingenieril y sus talentos suelen preferir el derecho.

Además las ingeniería­s son difíciles.

Por eso, el 72 por ciento de los ingenieros en EE.UU. son hijos de ingenieros, como mis hijas, ingenieras mecánicas.

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ANA JIMÉNEZ

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