Una lección del futuro
Patrick Cockburn, autor de ‘ISIS: el retorno de la yihad’, charla de terrorismo con 160 jóvenes
El ente que etiqueta las generaciones ha determinado que los chicos posteriores a la del Milenio integran la Generación Z. No tienen nada que ver con Mazinger Z, serie que se estrenó casi antes de que sus padres nacieran. Ellos lo hicieron con la Burbuja Punto Com. Han vivido siempre con internet, dominan la tecnología. Están acostumbrados a obtener resultados inmediatos, clic. Se toman la distancia y la privacidad de otra manera.
Paradojas: aunque son más individualistas que otras generaciones, muestran una fuerte ética social. Están inmersos en la era de las conexiones, pero les cuesta comunicarse. Claro que, a quién no le costó a su edad; los mayores tienen diecisiete años. Si bien no valoran la educación ni el trabajo, cuando les preguntas qué es el Estado Islámico, pueden contestarte: “Creo que son unos radicales que han ido conquistando territorios de Siria e Iraq, me parece que en el norte y el este. Decapitan a la gente”. Lo dice Jemuel, que lo suele ver en las noticias a la hora de comer. De ascendencia filipina como Dennis, que se sienta a su lado, estudia segundo de bachillerato en el Milà i Fontanals de Ciutat Vella. Forman parte de los ciento sesenta alumnos que se han librado de unas horas de clase para escuchar al periodista Patrick Cockburn hablar de la guerra y el Estado Islámico.
En el auditorio de la Pedrera flota un sutil aroma de primavera adolescente. Jordi Pérez Colomé conduce la ponencia, que el corresponsal en Oriente Medio de The Independent también ofreció el día antes en el CCCB. La iniciativa de hacer Conferencias Dúo evita esos incomprensibles vacíos que a veces se dan en los actos interesantes, y además, instruye a los chavales. Mientras el Repor- tero del año 2014 en el Reino Unido explica las dificultades que tienen los periodistas para acceder a los territorios controlados por ISIS y lo compara con el terror del nazismo, un par de chicas dormitan bajo sus chaquetas tejanas, otra consulta disimuladamente el móvil, oculto en la mochila sobre sus rodillas. Pero la inmensa mayoría presta atención. Y la prueba está en las preguntas que hacen al final.
Ni cuando era estudiante, ni después, en las ruedas de prensa, he visto antes tantas ganas de intervenir. Será que la Generación Y es más pasota, o que estos chicos harían lo que fuera para pos- tergar el momento de volver al instituto. El caso es que se pasan más de una hora interrogando al autor de ISIS: El retorno de la yihad (Ariel), que a menudo admite eso de: “Buena pregunta”.
Por ejemplo, una joven en perfecto inglés: “¿Cómo pueden fiarse los captadores de yihadistas de una persona a la que conocen por internet?”. La respuesta es que no se fían, nunca dan información. No quieren militarizarlos. Sería una pérdida de tiempo, dado que ni están formados ni siempre hablan su idioma; lo que pretenden es convencerles para que sean mártires suicidas. Sólo una minoría de occidentales se une a la causa, pero como son noticia (que es a lo que aspiran), parece generalizado.
¿Por qué no se alían todos los países musulmanes contra el EI? ¿Qué pasa si alguien quiere salir de él? ¿Es cierto que está financiado por Arabia Saudí? (Cockburn: “Yo no puedo demostrarlo”). ¿Se avecina la Tercera Guerra Mundial? ¿Por qué se reclama una responsabilidad a Estados Unidos que no se reclama a otras grandes potencias como Rusia o Japón? (“Hay una gran hipocresía, nadie quiere llevar a sus tropas allí porque perderían votos, pero se reprocha a los americanos que no resuelvan la situación o la empeoren”). ¿Pactará EE.UU. con Ba- shar el Asad? O: “¿Es la lucha entre ideologías una excusa para hacerse con los recursos naturales?”, son cuestiones que me dejan a cuadros. Cursan primero y segundo de bachillerato.
Amina es de Marruecos, y recuerda en inglés un verso del Corán que dice que quien mata a una persona mata a toda la humani- dad y quien salva a una persona salva a toda la humanidad. Estudia en el Maria Aurèlia Capmany, en Cornellà. Al final del acto, ya en el paseo de Gràcia, entre turistas y vendedores de top manta, ella y sus compañeras Fátima, Hajar y Rajal, me cuentan que si el islam tiene mala imagen es porque sólo trascienden las noticias relacionadas con quienes han hecho una apropiación indebida de él y lo tergiversan. Su religión es pacífica. Llevan velo porque no les gusta exhibirse; quieren que, si alguien se les acerca, no sea por su físico.
Durante la conferencia, una chica sentada detrás de mí toma- ba apuntes. También se llama Amina, estudia en el Ribot i Serra, en Sabadell. Llegó de Pakistán hace cuatro años. Ahora echa de menos a sus amigas, pero antes echaba de menos a su padre, que lleva una década trabajando aquí. Considera que se está criminalizando su religión: “Algunos creen que el velo te da más opciones de salvarte en un ataque yihadista, pero no; la mayoría de los atentados son contra los musulmanes”.
Un grupo de alumnos le preguntan a un profe con barba de chivo qué entrará en el examen de Historia. “Todo”, responde. Hay cosas que no cambian. Tal vez el temario tampoco. Pero el futuro acaba de darme una lección.