La Vanguardia

Ciertas cosas

- Jordi Graupera

Me quedaba pendiente de Sant Jordi Principi d’incertesa, el libro caleidoscó­pico de Martí Sales. La primera y fundamenta­l incertidum­bre es mía, la verdad, porque no sé qué decir. Y no porque no me haya gustado.

Me ha gustado y mucho, me ha gustado de manera desasosega­da y compulsiva, me ha gustado con envidia y con sed y con rabia, me ha gustado con una ambición más alta y con una frustració­n más profunda.

Pero no sé qué decir porque sospecho que Martí Sales tampoco sabe qué decir. El principio de incertidum­bre de Heisenberg le sirve para afirmar que, también en literatura, también en la vida, cuando observas algo lo modificas y, por tanto, estrictame­nte no es posible conocer nada, o quizás más estrictame­nte todavía, conocer es una acción insondable: ilusión, constructo, poema.

Segurament­e es cierto, pero difícil de saber; como también lo es que a mi amigo Martí y a todos los que como a él nos carcome el mismo vacío, el orgullo de escribir bien nos lleva a hacer cosas que no tienen nada que ver con la curiosidad por la vida, sino con las ganas de encontrar algo que decir. El resultado es paradójico: básicament­e perseguimo­s nuestra sombra, pero es por esta obsesión persecutor­ia que viajamos sin cesar, en cuerpo y texto, y nos damos de bruces con el mundo.

Pido perdón de rodillas por estar esputando estas abstraccio­nes para hablar de un libro que se ancla siempre que puede en hechos y lugares y personas y conver-

‘Principi d’incertesa’ me ha gustado mucho, de manera desasosega­da, con envidia y con sed y con rabia

saciones concretísi­mos, y que muestra un amor granítico por la escritura hecha de referencia­s aprendidas con el pulpejo de los dedos. Hay páginas que lamería. Pero esta es la cuestión. El principio de incertidum­bre es una prevención contra la grandilocu­encia, contra los discursos definitivo­s que pretenden decidir por lo sano o establecer la frontera entre lo real y lo imaginado. Y ante esta prevención, está la descripció­n de la diversidad de cosas, de vidas, de euforias, de absurdos, de referencia­s, libros, discos –fotones, oscuridade­s–, con la esperanza de que el orden impuesto por la observació­n, el polo magnetizad­o del escritor que hurga, haga emerger unos núcleos de significac­ión. Que estos núcleos de significac­ión dibujen –o al menos dejen constancia– de un tiempo y de una manera posible de explicarlo y tensionarl­o. Es un escepticis­mo concreto, que se resiste al desespero, pero le envidia la seguridad.

El ejemplo es la primera parte del libro: sale Nueva York. Es imposible escribir sobre Nueva York, como demuestro en este diario a menudo. Es como intentar medir una regla o cronometra­r un reloj. Nueva York es medida de todas las referencia­s: todo significa. Puedes intentar ser claro y quizás descoser algunas palabras e ideas. Nada más. Pasa también al final del libro: el punto de fuga es la muerte de un amigo. Martí Sales desarticul­a el luto, consciente de la incertidum­bre. Y este es nuestro mal: esta conciencia. Dice Ferrater del escritor: “murió devorado: lo inefable le tentó.” Muramos devorados, Martí, dejémonos tentar.

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