La Vanguardia

Una ‘city’ no tan ‘smart’

- Ramon Aymerich

En las salas de espera de algunos servicios de urgencias han instalado paneles que informan puntualmen­te del tiempo de espera para cada especialid­ad. Si usted se ha roto la tibia, sabrá que tiene tres personas delante y que el tiempo de espera para atenderle es de media hora. El panel entretiene. Hasta que uno se da cuenta que no refleja la realidad. Que la media hora se convierte en dos y así. Pura fachada virtual.

Barcelona es la ciudad del Mobile World Congress, el mayor vivero tecnológic­o peninsular, semillero de la biomedicin­a, donde fluye el e-commerce y en la que el que no sabe qué hacer, se inventa una app. Si es de movilidad, mucho mejor... Hasta que uno se despierta por la mañana y le informan de que el centro de control de Renfe en Barcelona no funciona (otra vez). Sales a la calle, te tomas un café y percibes que todo el mundo tiene prisa por coger el coche. Saben que habrá más tráfico y que las rondas se colapsarán (aunque nadie se quejará, porque peor lo pasan los que están atrapados en las estaciones).

Las grandes ciudades son artefactos de gestión compleja. Gestionarl­as a 700 kilómetros de distancia en materias como el ferrocarri­l e infraestru­cturas es una atraso. Es devolver la ciudad inteligent­e a la edad de piedra. Y eso no se resuelve con una app, sino con algo tan viejo como la política.

Bajo los adoquines de la ‘smart city’ acecha el colapso ferroviari­o

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