Un regalo envenenado
La paz llegó a Bosnia-Herzegovina hace casi 20 años con un regalo envenado: una Constitución redactada en los barracones de la base militar de Dayton (Estados Unidos) que acabó con la guerra, pero es incapaz de hacerlo funcionar como país. Con 3,8 millones de habitantes y una superficie similar a Aragón, el Estado multiétnico bosnio suma 14 gobiernos. Tiene una presidencia que rota cada ocho meses entre los representantes de sus tres principales comunidades, con derecho a veto. Está dividido en dos entidades. La más extensa es la Federación de Bosnia-Herzegovina –de mayoría bosnia, musulmana–, descentralizada a su vez en diez cantones con fuertes poderes. República Srpska, poblada sobre todo por serbios ortodoxos, está más centralizada y plantea menos problemas operativos, pero parte de su clase política no acepta el entramado institucional bosnio. La guinda del sistema es el distrito autónomo de Brcko (croata). “Bosnia es un país en que resulta muy difícil tomar decisiones”, dice el viceprimer ministro de la federación, Mirko Sarovic. “El siste- ma no nos permite fracasar, pero tampoco tener éxito” como Estado, opina Goran Mirascic, consejero del primer ministro de la federación, partidario de simplificar su estructura. La UE les ha puesto a España, Bélgica y Reino Unido como modelos, pero la reacción ha sido fría. “Sólo encontramos inspiración en nosotros mismos”, replica Mirascic.