Rajoy: ¿la hora de la empatía?
EL paisaje después de la batalla de las municipales es, para el PP, mucho más árido de lo que afirman sus portavoces. Los populares no cesan de repetir que, si bien han perdido casi dos millones y medio de votos, siguen siendo el primer partido municipal de España. Por consiguiente, aseguran, han ganado las elecciones. Tal argumento es cierto, pero sirve de poco consuelo, pues la pérdida de alcaldías y de presidencias de comunidades será para el Partido Popular muy considerable. Además, ese diagnóstico impide tomar conciencia del sesgo decadente en el que han entrado PP y PSOE. Consolidando la tendencia que ya se dio en las europeas del año pasado, estos partidos sólo consiguen sumar poco más del 50% de los votos, mientras que, pocos años atrás, superaban el 70%. Resistirse a cambiar sin moverse puede ser suicida, aunque levantarse tan tarde también puede ser inútil.
Tres son las causas del perfil a la baja del PP. En primer lugar, han pasado factura al Gobierno los recortes y los costes de la crisis, que se han cebado en las clases medias. El factor generacional es también decisivo: el PP ha perdido la conexión con los jóvenes que le consideran culpable de su falta de expectativas. Finalmente, la cadena de casos de corrupción, en la que están implicados importantes cargos del Partido Popular, ha acabado costando cara a un partido que antes parecía inmune a las consecuencias políticas de este virus. En este sentido, es paradigmático el hundimiento del PP valenciano, cuyas miserias judiciales continúan (caída de Serafín Castellano) y amenazan con desarbolar el partido.
Ante las adversidades, Mariano Rajoy había aplicado su capacidad de resistencia; su voluntad de persistir siempre en la misma senda sin hacer mudanza en la zo- zobra; su férreo control de los tiempos. Estas cualidades han podido serle de gran provecho y utilidad en épocas anteriores, más eufóricas y económicamente amables, pero durante esta durísima crisis, han mostrado una personalidad refractaria a los cambios, dominada por un resistencialismo a toda cosa que se está revelando contraproducente. En el haber de Rajoy y su Gobierno ahora podrían exhibirse reformas provechosas, al margen de la positiva recuperación económica, si el líder del PP hubiera mostrado más flexibilidad ante las voces que, ante la corrupción, ante el desigual reparto de los costes de la crisis y ante el malestar catalán, le pedían una actitud positiva, innovadora, que anticipara soluciones.
Ha sido en estos momentos de dificultades cuando algunos barones territoriales y dirigentes del PP no han podido resistirse a alzar la voz para evidenciar algunas críticas y reclamar cambios antes de que la tendencia a la baja se consolide en las elecciones generales, pese a que resulta más que complicado revertir en pocos meses una situación que se ha gestado durante mucho más tiempo.
Durante estos años, Rajoy ha mostrado una personalidad seria y cabal, pero también distante y fría, cuando la gran mayoría de los españoles sufría los efectos de una crisis implacable. Sólo proyectando una gran empatía con los sufrimientos de los ciudadanos, sólo proyectando cercanía y deferencia también para con la mayoría de la sociedad catalana que está esperando una oportunidad para el diálogo, se habría podido afrontar el envite de las nuevas formaciones políticas surgidas de ese malestar político y económico. España necesita pulso firme para mantener la ruta de la recuperación económica, pero también un liderazgo emocional.