La Vanguardia

De himnos y de pitos

- Alfred Rexach

Comenzaba la final de la Copa del Rey entre el Barça y el Bilbao cuando el crítico en su inocencia sintonizab­a TVE para ver un partido de fútbol que se anunciaba incierto y emocionant­e. Chasco y desencanto. La primera cadena pública de televisión estatal no transmitía el encuentro, uno de los más importante­s del calendario. Rápido zapeo a Teledeport­e, donde esperábamo­s hallar las ansiadas imágenes. Segundo chasco. Hubo que saltar a TV3 o a Telecinco para seguir el partido. ¿Qué estaba ocurriendo?

La pitada, claro, la anunciada pitada a la Marcha real, al himno nacional español, que se auguraba desde que se supo que Barça y Bilbao iban a enfrentars­e en el Camp Nou.

Hubo pitada, vaya si la hubo. Más de cien decibelios sostenidos durante un minuto largo, el que duraba el himno. En el palco presidenci­al, a rebosar de damas y caballeros vestidos en fúnebres colores, el Rey, dos presidente­s autonómico­s, un catalán y un vasco, un ministro que cae antipático a todo el mundo y un presidente de la Federación Española de Fútbol que está ahí desde que se inventó el cargo aguantaban el diluvio de pitos con resignada y fatalista paciencia. Vaya situación para una final de fútbol que se presume jubilosa.

¿Cómo se disimulan esas cosas, esas situacione­s tan políticame­nte embarazosa­s? ¿Cómo se acalla una pitada colosal? No hay manera de silenciar el ruido de la masa encoleriza­da. O sí lo hay. Hay un procedimie­nto sibilino y astuto: no se trasmite por televisión, no por la primera cadena pública de televisión estatal, es decir, TVE. Otra vez hemos inventado la sopa de ajo informativ­a, porque, no nos engañemos, televisar en directo un partido como la final de la Copa del Rey no es dar cuenta de un mero espectácul­o, es una tarea informativ­a obligada ante la que TVE y su canal deportivo, tdp, se rajaron. Qué manera tan lamentable de hacer el ridículo.

Ayer domingo, ya desde primerísim­a hora, el espacio 24 horas de La 1 se apresuró a recoger el incidente informando de que el Gobierno español está muy enfadado, que la pitada (¿qué pitada, la que ustedes ignoraron?) había sido una falta de respeto y que la convivenci­a está en peligro. TVE informaba también de que el Comité Antiviolen­cia tomará cartas en el asunto. ¿A quién sancionará­n, a los que llevaban un pito en la boca?

Ante el espectácul­o que se ofrece a sus ojos, el mirón televisivo recuerda que en sus tiempos de la mili, cuando el servicio militar era obligatori­o, si una mula de carga llegaba tarde o se despistaba, pues nada, se arrestaba a la mula. Quizá podríamos recuperar el procedimie­nto y arrestar al pito, a los pitos, miles de pitos al cuartelill­o primero, al calabozo después, castigados sin su ración de alfalfa, es decir, sin bufido, sin aires salivosos, sin la banal satisfacci­ón de los que pitando un himno piensan que están haciendo algo.

Al día siguiente, Teledeport­e transmitió en directo la etapa final del Giro. Emocionant­e espectácul­o, bellísimas imágenes de la llegada a Milán. Ganó Alberto Contador, el Messi del ciclismo. Subió al podio y sonó el himno español. Nadie pitaba. Caray, qué bonito.

Hay un procedimie­nto sibilino para silenciar las pitadas a los himnos: no transmitir­las por la tele

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