El arte, riqueza para el espíritu humano
La Iglesia siempre ha manifestado interés por el mundo de la cultura y de las artes, ámbito privilegiado para plasmar la belleza del Evangelio y de gran valor para el acceso al conocimiento de Dios, suprema belleza, inspirador de todo bien. Así, ha dado forma al patrimonio cultural y artístico que custodia, un noventa por ciento del patrimonio mundial, cayendo en la cuenta de la importancia de conservarlo y valorarlo, ya que no solo es de alcance para la evangelización, sino que está expuesto a la apreciación de los hombres de cualquier lengua, raza, religión o nación para riqueza de su espíritu.
Toda obra de arte es contribución a la historia de la cultura pero, sobre todo, a la fecundidad de las almas, ya que hace comprensible el mundo del espíritu del hombre, no siempre explicable con palabras o teorías, tomando los tesoros del misterio del ser humano y revistiéndolos de formas, colores y accesibilidad. Toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo. Por eso, para todos, creyentes y no creyentes, las obras inspiradas en la fe cristiana y la Sagrada Escritura son un reflejo del misterio insondable que rodea y está presente en el mundo. Así, el patrimonio artístico que ha promovido la Iglesia nos ha dejado lugares inigualables, como nuestras catedrales, desde la singularidad de Santiago de Compostela hasta la gran intuición contemporánea de la Sagrada Familia de Barcelona, lugares que hacen pensar, temblar, que infunden turbación y despiertan sentimientos al alma, que aturden e inspiran a cualquiera que se sumerge en sus muros.
Escribió san Juan Pablo II en su Carta a los artistas de 1999 que la belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza. Se inspiraba en Platón, que decía: «La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza de lo Bello». Por ello, la sociedad necesita de las obras de arte, que no solo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social en beneficio del bien común. La belleza ayuda a no caer en la desesperanza. Como la verdad, pone alegría en el corazón del hombre, une a las generaciones en el tiempo y ayuda a leer nuestro pasado y mirar al futuro con luz.
El patrimonio debe ser custodiado, cuidado y, así, compartido, para que los hombres, a través de su contemplación, podamos seguir imaginando más allá de lo cotidiano e iluminando el propio rumbo y destino que nos lleve a la llamada que nos hace el Misterio.