Sin candados
FEDERICO Moccia era un guionista de televisión que un día escribió una novela que las editoriales italianas rechazaron, así que decidió pagarse de su bolsillo la publicación de A tres metros sobre el cielo. La obra resultó todo un fenómeno entre la juventud romana, que fotocopiaron repetidamente el relato, dándose el caso que una copia llegó a manos de un director de cine que la llevó a la pantalla tras localizar a su autor. Su segunda novela, titulada Tengo ganas de ti, fue un best seller en toda la regla. En ella los protagonistas sellaban su amor colocando un candado con sus nombres en el Ponte Milvio de Roma, para, a continuación, tirar la llave al Tíber.
Lo cierto es que la moda de decorar los puentes de las ciudades con río ha creado no pocos problemas, el más claro en el Pont des Arts de París, donde se han acumulado casi un millón de candados, lo que obliga al puente a soportar una carga de cuarenta toneladas. Hace un año, una parte de la barandilla se desplomó y ayer, definitivamente, el consistorio parisino decidió acabar con esta moda que amenazaba con convertirse en una tradición que, a su vez, podía arruinar la pasarela peatonal que une el Instituto de Francia con el Museo del Louvre.
No va a ser fácil convencer a los jóvenes enamorados de que desistan de dar la lata con los candados –el amor aturde un tanto a los seres humanos–, la prueba es que el Pont de l’Archevêché ha servido para replicar la historia. El Ayuntamiento de París ha animado a que las parejas se hagan una autofoto en los puentes como sustitutivo y la cuelguen en Twitter, con la etiqueta #lovewithoutlocks (amor sin candados). Miles de ciudadanos vieron ayer como los camiones se llevaban a la chatarrería su señal de amor, lo que es un pésimo presagio. Moccia tiene material para una nueva novela.