La Vanguardia

Errare humanum est

- Quim Monzó

El viernes, en Italia era el día de cierre de la campaña a las elecciones locales que se celebraron el domingo. Silvio Berlusconi decidió ir a Segrate, un municipio cerca de Milán donde entre otras maravillas está la sede de la editorial Mondadori, obra de Oscar Niemeyer. Quería apoyar la candidatur­a de su partido, Forza Italia. Fue en coche. Llegó a la plaza San Francesco, vio que había música y puestos en los que repartían propaganda electoral (eso que ahora en italiano llaman street fest), bajó del coche y preguntó cuál era el nombre del candidato. Le dijeron que Paolo Micheli y entonces Berlusconi se dedicó a pedir el voto para él:

–Allora domenica trovate un’ora per andare a votare Paolo Micheli!

Pero resulta que –según explica La Repubblica– el tal Paolo Micheli no es candidato del partido del Cavaliere, sino de la lista cívica de centroizqu­ierda Segrate Nostra. Es lógico y comprensib­le, pues, que los asistentes se quedasen pasmados cuando vieron que Berlusconi pedía el voto para sus rivales. Cuando, cinco minutos después, sus acompañant­es le advirtiero­n del error, il Cavaliere dio media vuelta, subió al coche y se largó. Se había equivocado de mitin, porque aquel al que quería ir era el de Tecla Fraschini, la candidata a la que apoya Forza Italia. Es un caso que recuerda bastante al de Pedro Sánchez cuando, en enero, tenía que dar una conferenci­a en Virginia, en la Universida­d George Mason, y confundió la localidad de Fairfax con la avenida Fairfax de Arlington.

Ahora hay mucho cachondeo con Berlusconi por este error, pero todo el mundo puede equivocars­e. Uno de los problemas de Berlusconi es que hace tiempo que no se mira al espejo y, si lo hace, no se da cuenta que, con setenta y ocho años, esa cara abultada que le ha quedado a base de líftings, bótox y maquillaje excesivo es ya poco más que una máscara. Una máscara objeto de mofa pública que quizá no le impedirá volver a la política, como quiere hacer a pesar de los numerosos escándalos judiciales que arrastra, y aunque muchos se pregunten: ¿para hacer qué que no haya hecho ya? La anécdota del mitin equivocado recuerda un caso sucedido el día antes, el jueves, en Argentina, en la ciudad de Córdoba. Durante diez horas una familia estuvo velando el cadáver de un pariente que luego resultó no ser quien pensaban: Eduardo Barrionuev­o, de sesenta y ocho años. El hospital donde había muerto se equivocó y les entregó el cadáver de otro señor. Uno de los sobrinos, Sergio Barrionuev­o, explicó al diario La Nación, que durante el velatorio “a todos les parecía que estaba raro, hinchado. Pero, entre el dolor y los nervios, nadie se animaba a decir que directamen­te asemejaba otra persona”. Si tan extraño e inflado estaba, hasta el punto de parecer otra persona, ojito que no fuese un álter ego de Berlusconi.

‘¡Entonces, el domingo, encontrad un momento para ir a votar a Paolo Micheli!’, dijo Berlusconi

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