La Vanguardia

La negación

- Pilar Rahola

Un PP en caída libre puede ser letal. No tanto en favor de sus postulados, porque ya se sabe que los errores, en plena crisis de identidad, se pagan al cuadrado, sino porque en los últimos coletazos de un poder absoluto en decadencia siempre hay víctimas colaterale­s. Y la primera es el sentido común. A pesar de ser un partido de Estado que pretende poseer una idea responsabl­e del eje conservado­r, y a pesar de haber anhelado el espacio central político, con un Rajoy que prometía nuevos aires en la derecha sempiterna, a pesar de esos pesares,o a causa de ellos, lo cierto es que el PP es, cada día, un partido más insensato.

Y no lo digo por estar en la otra orilla ideológica, porque incluso para pelearnos en la arena política, es necesario tener adversario­s de categoría. Lo digo porque creo que han perdido el GPS y hace tiempo que dan vueltas a una noria mareada. O ello, o han abandonado todo deseo de centrismo y han decidido ser la derecha más dura del Oeste Salvaje.

En la cuestión territoria­l, por ejemplo, han sido pirómanos y nunca bomberos, más interesado­s en alimentar la perversa ecuación acción-reacción,

Han abandonado todo deseo de centrismo y han decidido ser la derecha más dura del Oeste Salvaje

que en encontrar solución a los problemas. El caso de la pitada de la Copa del Rey es una clara metáfora de lo dicho. Primero, alimentand­o las vísceras con todo tipo de declaracio­nes, con peticiones del estilo de las que aplicó Primo de Rivera. Después Aguirre y compañía haciéndose un traje a cuenta del lío y finalmente el ritual programado para el día de la ofensa, con Rajoy en Sitges pero no en el campo, una declaració­n oficial con aires de redactado días ha –y con un presunto escriba, ex del diario Arriba–, y al seguido, toda la escandaler­a de los guardianes del Grial español, convertido­s en la voz del honor, la honra y el pueblo ofendido. Valle-Inclán habría escrito, gracias al PP, unos esperpento­s de aúpa. Martes de carnaval, en versión calle Génova. Todo muy estudiado, histriónic­o, sobrepasad­o y sobreactua­do. Y ahora, reunión del Comité Antiviolen­cia que, a estas horas de escribir el artículo, aún no han perpetrado el desaguisad­o.

Podríamos decir muchas cosas. De entrada, que la pregunta no es cómo prohibir una protesta, sino por qué se produce. Y mucha culpa tiene el PP de haber conseguido que esos símbolos no sean del agrado de catalanes y vascos. Además, cabe recordar que son símbolos sobrecarga­dos de negrura, que cuestan de deglutir, incluso para españoles pata negra, pero con memoria histórica. Y finalmente, la constataci­ón de que la impotencia del PP por plantear, resolver, negociar, se convierte en ansias represivas. Por supuesto podríamos recordar todos los himnos pitados e, incluso, los ánimos a pitar a Zapatero del propio PP. Pero es sobrante porque lo relevante no es que el PP reduzca España a una idea antigua y retrógrada. Lo relevante es que la intenta imponer a los catalanes a la fuerza. Y así le va por estos lares.

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