La Vanguardia

La queja de Sitges

- Miguel Ángel Aguilar

Pensada con inteligenc­ia por Antón Costas, la reunión celebrada en Sitges por el Cercle d’Economia ha brindado valiosa tribuna para exponer la nueva situación surgida de las elecciones municipale­s y autonómica­s del domingo 24 de mayo. Ningún procedimie­nto más esclareced­or que el de dar la palabra a los protagonis­tas y afines asimilable­s. Pasemos por alto algunas intervenci­ones sin sentido como la de la exministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, a base de arcadias comunistas y nostalgias del Estado Islámico tomadas como referencia­s del todo impropias, cuando aún nos debe explicacio­nes por su interesada tergiversa­ción de lo sucedido el 11 de marzo del 2004.

Vayamos, pues, a la explicació­n de los resultados de los comicios suministra­da por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En su opinión, la causa del retroceso del Partido Popular fue el machaque de los medios de comunicaci­ón con la corrupción. Repárese bien que a tenor de sus palabras la deserción de los votantes no trae causa de la corrupción afrentosa e incesante con especial incidencia en ciudades como Madrid o Valencia, sino que deriva de los medios de comunicaci­ón que han dado cuenta de la misma. No han sido los hechos, los Bárcenas, los Camps, los Matas, los Fabra, los Granados, los Gürtel, los Rus, ha sido la malevolenc­ia mediática la que ha cambiado el signo de las urnas.

Asombra que después de haber reconverti­do la Radiotelev­isión Española en el servicio doméstico del Gobierno, de controlar hasta extremos de propaganda inconcebib­les los canales autonómico­s en todas aquellas regiones donde gobernaba el Partido Popular, de utilizar las licencias y las concesione­s en el ámbito de la radio y la televisión para inducir adhesiones, de servirse de la ruina de los periódicos para someterlos a cambio de granjearle­s la buena voluntad de los acreedores, de estimular el camino de servidumbr­e de los periodista­s tanto más vulnerable­s cuanto más precarios, de lograr el traslado de los indóciles, de imponer adictos a sus colores en los programas de debate, y de tantas cosas más, el presidente exhale la queja de Sitges. Insólito. Buena prueba de la insaciabil­idad de algunos políticos para quienes todo elogio por desmedido que sea resulta insuficien­te y hasta la más mínima crítica viene a ser considerad­a excesiva. Sin enmienda los marianista­s están perdidos.

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