La queja de Sitges
Pensada con inteligencia por Antón Costas, la reunión celebrada en Sitges por el Cercle d’Economia ha brindado valiosa tribuna para exponer la nueva situación surgida de las elecciones municipales y autonómicas del domingo 24 de mayo. Ningún procedimiento más esclarecedor que el de dar la palabra a los protagonistas y afines asimilables. Pasemos por alto algunas intervenciones sin sentido como la de la exministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, a base de arcadias comunistas y nostalgias del Estado Islámico tomadas como referencias del todo impropias, cuando aún nos debe explicaciones por su interesada tergiversación de lo sucedido el 11 de marzo del 2004.
Vayamos, pues, a la explicación de los resultados de los comicios suministrada por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En su opinión, la causa del retroceso del Partido Popular fue el machaque de los medios de comunicación con la corrupción. Repárese bien que a tenor de sus palabras la deserción de los votantes no trae causa de la corrupción afrentosa e incesante con especial incidencia en ciudades como Madrid o Valencia, sino que deriva de los medios de comunicación que han dado cuenta de la misma. No han sido los hechos, los Bárcenas, los Camps, los Matas, los Fabra, los Granados, los Gürtel, los Rus, ha sido la malevolencia mediática la que ha cambiado el signo de las urnas.
Asombra que después de haber reconvertido la Radiotelevisión Española en el servicio doméstico del Gobierno, de controlar hasta extremos de propaganda inconcebibles los canales autonómicos en todas aquellas regiones donde gobernaba el Partido Popular, de utilizar las licencias y las concesiones en el ámbito de la radio y la televisión para inducir adhesiones, de servirse de la ruina de los periódicos para someterlos a cambio de granjearles la buena voluntad de los acreedores, de estimular el camino de servidumbre de los periodistas tanto más vulnerables cuanto más precarios, de lograr el traslado de los indóciles, de imponer adictos a sus colores en los programas de debate, y de tantas cosas más, el presidente exhale la queja de Sitges. Insólito. Buena prueba de la insaciabilidad de algunos políticos para quienes todo elogio por desmedido que sea resulta insuficiente y hasta la más mínima crítica viene a ser considerada excesiva. Sin enmienda los marianistas están perdidos.