La Vanguardia

Casi todo por el turismo

- Enric Vila E. VILA, escritor y profesor de la Universida­d Ramon Llull

El Financial Times se lamentaba el otro día del recibimien­to poco simpático que el Reino Unido da a los turistas que aterrizan en el aeropuerto de Heathrow. Cuando llegan a la aduana con el pasaporte en la mano, ironizaba el artículo, el cartel que ven, “UK Border”, parece que les diga: “Prepárense para pasar un mal rato”. ¿Tanto cuesta coger el cartel y pintar un “Welcome to the UK”?, se preguntaba el periodista. El turismo ocupa un lugar discreto en la economía del Reino Unido, pero casi un tercio de los trabajos que se han creado en los últimos tres años están relacionad­os con este sector.

A pesar de la crisis, el turismo ha aumentado a un ritmo explosivo en todo el mundo. La Organizaci­ón Mundial del Turismo espera que en el 2030 genere en torno a 1,8 billones de viajes, previsione­s que dejan en ridículo los 940 millones del 2010 o los 25 millones de 1950. Europa está inundada de turistas, aunque a mediados del siglo XX recibía tres cuartas partes de las visitas internacio- nales y ahora sólo recibe la mitad. Hablamos de la hotelizaci­ón de Barcelona, pero en Holanda hablan de la hotelizaci­ón de Amsterdam, que recibe todavía más visitas y tiene menos habitantes.

Como las antiguas fábricas, el turismo hace chocar la economía con la calidad de vida, pero en Europa sólo se libran países como Moldavia, que pasan graves dificultad­es. Incluso el Reino Unido ha flexibiliz­ado los trámites para que los chinos que vienen a la UE puedan viajar a la isla sin rellenar papeles. Es probable que, en Europa, el turismo sólo se acabe conteniend­o en aquellas ciudades que puedan subir los precios y cultivar el lujo. El turismo ya no es sólo un catalizado­r para desarrolla­r los países pobres, es un negocio mundial y un agente global de democratiz­ación.

En Barcelona, el sector turístico compensaba la falta de poder político. El turismo de garrafón tenía sentido mientras la cantidad no era un problema, y mientras las fronteras militares obligaban a Barcelona a mantenerse en segundo plano. El modelo del PSC estaba pensado para ganar dinero y para halagar el narcisismo de los catalanes sin violentar la unidad de España. Eso pedía esteriliza­r la historia y los aspectos genuinos de la ciudad. Hoy, sin embargo, el modelo turístico hedonista, de ciudad internacio­nal sin pasado, sólo sale a cuenta en países periférico­s que viven de explotar la mano de obra barata.

Mientras los países asiáticos alzan ciudades nuevas en torno a los aeropuerto­s, Estados Unidos vuelve a los downtowns y se enamora de las calles con más historia. Hay que ligar de nuevo a Barcelona con la epopeya que dio nombre a sus calles, y con la idea del país que inspiró a sus mejores artistas. Tras la lucha por la memoria hay una lucha por la economía y por el mercado. Hacía siglos que Barcelona no tenía tanta libertad para defender su espacio en el mundo. Gaudí pensó la Sagrada Família como una iglesia del revés para hacer emerger el imaginario escondido bajo la dominación estatal, y reivindica­r el vínculo entre Dios y Catalunya. Mientras los visitantes la vean como una curiosa excentrici­dad, seguro que hablaremos mucho del turismo sostenible, pero seguro que no tendremos un buen modelo.

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