Rivera superstar
Entrevistar a Albert Rivera después de que en los últimos meses lo hayan hecho cincuenta mil veces debe responder a la voluntad de retratar la convulsión política española. En El objetivo (La Sexta), Ana Pastor se sumó al listín de entrevistadores más o menos fascinados por la locuacidad de un Rivera que, a base de práctica, ha desarrollado una oratoria non stop digna de ser patentada. ¿Diferencias entre la entrevista de El Objetivo y las otras cincuenta mil precedentes? La velocidad. Tanto Pastor como Rivera hablan deprisa y el domingo se contagiaron recíprocamente. De manera que a ratos las frases derrapaban como si las condujeran Jorge Lorenzo o Marc Márquez. Hablar deprisa no es fácil y Rivera lo hace tan bien que, si alguna vez se queda sin trabajo en el ámbito de la política, podría presentar perfectamente Pasapalabra (Telecinco).
ESTILO PASTOR. Uno de los gestos que definen el estilo Pastor es el movimiento obsesivo de papeles. Este gesto casi siempre le sirve para prepararse para la próxima pregunta y contener la impaciencia de soltarla antes de esperar la respuesta de la anterior. Pastor tropezó con el interlocutor ideal: igual que ella no espera la respuesta para volver a preguntar, Rivera no espera las preguntas para responder. Fugazmente, la respuesta y la pregunta se coordinaban y durante unos segundos recuperaban la lógica de un diálogo más fiscalizador que incisivo. Sin embargo, el control de la propia imagen y del efecto producido por entrevistado y entrevistador provocaron una burbuja de aislamiento, como si el espectador quedara excluido de la conversación. Otra característica del estilo Pastor: la apostilla y la digresión complementaria. No sólo apostilla las respuestas del entrevistado sino –y eso tiene mérito– sus propias preguntas. Cuando Pastor despidió al entrevistado, tuve la esperanza de que, como Tom Cruise en Misión imposible, Rivera se quitara la careta y descubriera que, en realidad, es Pablo Iglesias.
ANARQUISMO CIBERNÉTICO. Los pilotos de las series provocan reacciones parecidas a las del amor: cuando te gustan tienes que contener las ganas de entusiasmarte demasiado. El piloto de
Mr. Robot es prometedor. Cuenta la historia de un hacker alucinado y asocial que utiliza sus conocimientos para actuar como una especie de justiciero en la oscuridad. Partiendo de esta idea clásica, que abarca desde los superhéroes nocturnos de doble vida y facilidad para volar hasta el aristócrata con antifaz y espada hiperactiva, el protagonista conecta con una red de ciberterroristas anarquistas. Están decididos a perpetrar cambios tan revolucionarios como a) arruinar la vida de los culpables de las grandes estafas financieras y b) provocar un caos que anule, en un mismo día y a la misma hora, todas las deudas de la gente humilde atrapada por contratos avariciosos. En la serie participa Christian Slater, que confirma la duda de si es una gran promesa en eterna decadencia o un actor de culto consolidado. El protagonista es Rami Malek, que ya deslumbró a los espectadores en The Pacific. Aquí consigue no excederse en un papel de ingeniero informático asocial y morfinómano con convicciones de justicia que no se sabe si nacen de una auténtica vocación filantrópica o de un rencor psicológicamente oscuro. Este es, de hecho, uno de los alicientes de la historia.
Igual que Pastor no espera la respuesta para volver a preguntar, Rivera no espera las preguntas para responder