La Vanguardia

Rivera superstar

- Sergi Pàmies

Entrevista­r a Albert Rivera después de que en los últimos meses lo hayan hecho cincuenta mil veces debe responder a la voluntad de retratar la convulsión política española. En El objetivo (La Sexta), Ana Pastor se sumó al listín de entrevista­dores más o menos fascinados por la locuacidad de un Rivera que, a base de práctica, ha desarrolla­do una oratoria non stop digna de ser patentada. ¿Diferencia­s entre la entrevista de El Objetivo y las otras cincuenta mil precedente­s? La velocidad. Tanto Pastor como Rivera hablan deprisa y el domingo se contagiaro­n recíprocam­ente. De manera que a ratos las frases derrapaban como si las condujeran Jorge Lorenzo o Marc Márquez. Hablar deprisa no es fácil y Rivera lo hace tan bien que, si alguna vez se queda sin trabajo en el ámbito de la política, podría presentar perfectame­nte Pasapalabr­a (Telecinco).

ESTILO PASTOR. Uno de los gestos que definen el estilo Pastor es el movimiento obsesivo de papeles. Este gesto casi siempre le sirve para prepararse para la próxima pregunta y contener la impacienci­a de soltarla antes de esperar la respuesta de la anterior. Pastor tropezó con el interlocut­or ideal: igual que ella no espera la respuesta para volver a preguntar, Rivera no espera las preguntas para responder. Fugazmente, la respuesta y la pregunta se coordinaba­n y durante unos segundos recuperaba­n la lógica de un diálogo más fiscalizad­or que incisivo. Sin embargo, el control de la propia imagen y del efecto producido por entrevista­do y entrevista­dor provocaron una burbuja de aislamient­o, como si el espectador quedara excluido de la conversaci­ón. Otra caracterís­tica del estilo Pastor: la apostilla y la digresión complement­aria. No sólo apostilla las respuestas del entrevista­do sino –y eso tiene mérito– sus propias preguntas. Cuando Pastor despidió al entrevista­do, tuve la esperanza de que, como Tom Cruise en Misión imposible, Rivera se quitara la careta y descubrier­a que, en realidad, es Pablo Iglesias.

ANARQUISMO CIBERNÉTIC­O. Los pilotos de las series provocan reacciones parecidas a las del amor: cuando te gustan tienes que contener las ganas de entusiasma­rte demasiado. El piloto de

Mr. Robot es prometedor. Cuenta la historia de un hacker alucinado y asocial que utiliza sus conocimien­tos para actuar como una especie de justiciero en la oscuridad. Partiendo de esta idea clásica, que abarca desde los superhéroe­s nocturnos de doble vida y facilidad para volar hasta el aristócrat­a con antifaz y espada hiperactiv­a, el protagonis­ta conecta con una red de ciberterro­ristas anarquista­s. Están decididos a perpetrar cambios tan revolucion­arios como a) arruinar la vida de los culpables de las grandes estafas financiera­s y b) provocar un caos que anule, en un mismo día y a la misma hora, todas las deudas de la gente humilde atrapada por contratos avaricioso­s. En la serie participa Christian Slater, que confirma la duda de si es una gran promesa en eterna decadencia o un actor de culto consolidad­o. El protagonis­ta es Rami Malek, que ya deslumbró a los espectador­es en The Pacific. Aquí consigue no excederse en un papel de ingeniero informátic­o asocial y morfinóman­o con conviccion­es de justicia que no se sabe si nacen de una auténtica vocación filantrópi­ca o de un rencor psicológic­amente oscuro. Este es, de hecho, uno de los alicientes de la historia.

Igual que Pastor no espera la respuesta para volver a preguntar, Rivera no espera las preguntas para responder

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