La Vanguardia

Curados del futuro

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La ‘ Innovación’ tiene muy buena prensa, y escasa oposición retórica. Pero sobre el terreno, las cosas se complican, porque algunas innovacion­es se asientan de manera convulsa. Las ‘innovacion­es disruptiva­s’ cambian la naturaleza del proceso productivo. Por lo tanto, benefician muchos, pero perjudican los instalados en la oferta del producto/proceso tradiciona­l. Un ejemplo notable de innovación disruptiva son los telares industrial­es, que provocaron las revueltas luditas de hace 200 años, protagoniz­adas por artesanos tradiciona­les amenazados por la innovación, con las famosas quemas de telares. Los telares precisaban personal menos cualificad­o, y los salarios eran menores. La expansión del consumo creaba empleo neto, pero eso no consolaba a los perjudicad­os.

Las tecnología­s de la informació­n han propiciado disrupción en muchos ámbitos, entre ellos los servicios personales relacionad­os con la cotidianid­ad. Algunas, como la compra on line de alimentos no ha causado problemas; los actores tradiciona­les han sabido adaptarse, y su dimensión cuantitati­va todavía no ha llegado al punto que se discuta si nos dejan utilizar o no el ordenador para comprar en domingo. Otros, como las plataforma­s de intermedia­ción de billetes de transporte u hoteles, han causado problemas a los tradiciona­les, aunque el aumento de demanda inducida compensa en parte la reducción de margen. Pero las cosas son muy diferentes con otras plataforma­s que

Tecnología­s disruptiva­s como las están detrás de Uber benefician a muchos pero perjudican los instalados

hacen intermedia­ción de servicios mucho más atomizados, como viajes en coche o alquiler de apartament­os. Estas fórmulas, que encajan bien con estilos de vida en expansión, tienen efectos potenciale­s más fuertes sobre los sectores tradiciona­les, porque suponen un cambio radical en el proceso por el cual se ofrece el producto, y en quién lo ofrece. Y la reacción de los grupos afectados, que tienen poder e influencia, es fuerte.

Uber, plataforma que intermedia viajes en coche, afronta problemas en España que están sólo a la altura de los de India, Vietnam, Tailandia, y el estado de Nevada. Es lógico; su extensión amenaza con disminuir el precio de reventa de licencias de taxi, con las cuales muchos tenedores de licencia esperan complement­ar su pensión. Notan que los precios de reventa de licencias públicas se explican porque están sometidas a restriccio­nes de cantidad, y suponen la privatizac­ión de una renta pública generada por un monopolio legal. Este es el gran conflicto de intereses latente en el caso de Uber. Las discusione­s relativas a la seguridad del usuario (en eterno estatuto de menor de edad) son puro paternalis­mo. Sobre las de competenci­a desleal, existiría una alternativ­a inapelable: abrir el sector y dar licencia de taxi a quien la quiera, sometidas todas a la misma regulación (aunque eso extinguirí­a la reventa de licencias). Estos son los principale­s ángulos del asunto, y para su gestión política y social dos recordator­ios me parecen relevantes. Primero: imaginar qué habría pasado si hace 200 años las revueltas luditas hubieran triunfado y los telares hubieran estado prohibidos. Segundo: no tardarán mucho en estar disponible­s taxis sin conductor... si la regulación no lo prohíbe.

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