La Vanguardia

Joven ante Merkel

- Pilar Rahola

Es tan popular darle en el cogote a Merkel que cualquier matiz puede encender una hoguera. Si, además, el debate nace de la emotiva imagen de una joven refugiada pidiendo ir a la universida­d, ante una canciller que le niega quedarse en el país, la ecuación es imposible.

¿Quién le quita los sueños a una chica, quién le niega unos estudios, quién la arranca de su futuro? Y, desde ese caso concreto, ¿se puede plantear un debate? Personalme­nte me veo incapaz porque, más allá del hecho que hay millones de personas en zonas de conflicto con sus ilusiones, sus sueños, sus vidas quebradas, y que esta joven sólo es una más de ellas, más allá de todo a esta joven la hemos conocido, y, de golpe, se ha convertido en el centro del drama, en su personific­ación.

De manera que lo digo desde el corazón, aunque la razón no me atienda: Merkel debería resolver su caso. La ha mirado a los ojos, le ha dicho que quería ir a la universida­d, tiene arrojo, tiene ansias, tiene derechos, y cualquier respuesta negativa sólo sirve para recordarno­s la negrura del mundo. De manera que sí, aunque no lo permita la ley

Aunque no lo permita la ley, hay que salvar a una joven, quizás para que se salve el mundo entero

y no esté en las reglas del juego, hay que salvar a esa joven, quizás para que se salve el mundo entero.

Sin embargo, repito lo dicho: habla el corazón. Si hablara la razón, esos matices antipático­s acotarían el tema. Por ejemplo, que Merkel no es la mala en este tema, porque Alemania es uno de los países de la UE que más refugiados acepta. Además, respecto del conflicto de Oriente Medio, es el país que menos ha metido la patita y, por ende, el menos culpable del desaguisad­o –¿lo preguntamo­s a Francia, a Inglaterra, a Rusia?–, aunque sea más simpático machacar a los teutones.

Por otro lado, la gran tragedia no es que una joven no pueda estudiar en Alemania –aunque es una tragedia– sino que en estos momentos, y con la guerra del Estado Islámico en pleno avance, son millones las jóvenes desplazada­s, violentada­s, asustadas que no pueden cumplir sus sueños. Y muchas de ellas están muriendo defendiend­o su tierra de los yihadistas. De manera que, y ahora viene la cuestión desagradab­le, la que no nos hacemos para no incomodarn­os cuando vemos llorar a una joven: ¿los traemos a todos?, ¿tenemos opción?, ¿podemos acogerlos? Y lo pregunto estando convencida de que siempre se debería dar refugio a una persona cuando su vida corre riesgo. Pero al tiempo que expreso mi convicción, también sé que es imposible llevarlo a la práctica.

Lo cual nos lleva a un laberinto que no tiene salida. El mundo está hecho un roto, un quiebro, una locura, y jóvenes como la que interpeló a Merkel están muriendo en cualquier trozo de mundo. De ahí que ver el rostro bello de esta joven nos conmocione, porque siempre hablamos de las guerras como algo lejano, abstracto, y no. Las guerras son exactament­e esto: las lagrimas de una joven refugiada ante la destrucció­n de sus sueños.

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