La Vanguardia

La llamada ‘matrinidad’

- Llucia Ramis

Había una vez una pareja formada por Jaime y Gabi. Un día tuvieron una hija preciosa, fueron felices y comieron perdices. Hasta aquí, el cuento. Poco después, se mudaron a Madrid, donde conocieron a Roci y se enamoraron. Es decir: Gabi se enamoró de Roci, Roci se enamoró de Gabi, también se enamoró de Jaime, que a su vez se enamoró de ella, mientras Jaime y Gabi seguían amándose. Así, pasaron de ser pareja a lo que ellos denominan matrimonio, la sílaba tri en cursiva o mayúscula. Se fueron a vivir juntos a una casa grande con una cama gigante, en paz y armonía.

Como lo viejo siempre vuelve con otro nombre, el antiguo amor libre se llama ahora poliamor, una opción que estuvo de moda en los avanzados años sesenta del siglo pasado. Ni Jaime ni Gabi son hippies. Habían participad­o en algunos tríos por diversión, como otras personas de su edad, pero no se plantearon nunca la matrinidad. Cuando me anunciaron que estaban esperando un hijo con Roci, gestado por ella, me escandalic­é un poco. No tanto por la parte moral como por la

Si ya es difícil aguantarse siendo dos, las discusione­s a tres bandas tienen que ser insufrible­s

práctica; más que del poliamor, soy una experta del ciniamor, o del cinismo en general. Si ya es difícil aguantarse siendo dos, las discusione­s a tres bandas tienen que ser insufrible­s. ¿De parte de quién se pone cada uno? ¿Y qué pasa si rompen definitiva­mente? ¿Con cuál de las dos madres se quedará el bebé? Eso suponiendo que no se van juntas y plantan al padre.

Cuando el ideal falla, están las normas. Y los derechos siguen favorecien­do al convencion­alismo, tiranizado por otro trío o Santísima Trinidad: la pareja, los hijos y el espíritu de la felicidad. Pero la realidad es plural y está desamparad­a. Por ejemplo, ¿qué pasa si una persona cría durante años al hijo de su compañero y luego se separan? ¿Dejan de verse para siempre? Ninguna ley los une. Hay más tipos de relaciones que leyes. La falta de regulariza­ción se identifica con la anormalida­d, y por eso trastorna. Se considera perversa, perturba el orden o el estado de las cosas, cuando lo raro es lo tradiciona­l. La custodia compartida o el matrimonio homosexual son pasos recientes para normalizar situacione­s que cada vez se diversific­arán más. Y quien habla de relaciones personales, habla también de relaciones políticas, pero no compliquem­os el asunto.

Mientras la normalizac­ión está en proceso, el ejemplo de lo extraordin­ario se vuelve su abanderado. Gabi tiene colgado en su muro de Facebook el primer caso en el que el registro civil de Buenos Aires ha inscrito a un niño, Furio, con los apellido de sus madres –la cineasta Albertina Carri y la periodista Marta Dillon–, y el de su padre, el diseñador Alejandro Ros.

Los cuentos aleccionad­ores son tan simples que acaban con un festín de perdices cuando los héroes se comportan como toca. Pero entonces empieza todo lo demás, apasionant­e y complejo, escandalos­o por incomprend­ido.

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