Hollywood explota la nostalgia con ‘revivals’
Hollywood explora con ‘Pixels’ nuevas formulaciones de la explotación del ‘revival’
Quizá de nada se haya escrito tanto y tan bien en los últimos meses, en términos de análisis cultural, como en torno al uso y abuso de la nostalgia, hasta el punto de que parece que la melancolía por los tiempos que fueron es el principal banderín de enganche de las producciones culturales con vocación de masivas, en el caso del cine por encima incluso de los efectos especiales como argumento de peso. Ni que decir tiene que la combinación de ambos atributos, nostalgia y efectos, parecen hoy una fórmula infalible. Y a ella apela Pixels, de Chris Columbus, que resucita los
marcianitos, es decir, los videojuegos de los primeros ochenta –de microordenador o máquina arcade– para convertirlos en materia de una comedia alocada. Procede subrayar que Columbus, además de responsable de títulos de Harry Potter y Solo en casa, fue el guionista de películas juveniles tan recordadas hoy como Grem
lins (1984) y Los Goonies (1988), elevadas por aquella generación de púberes –hoy cuarentones hegemónicos en el discurso cultural, como ha señalado repetidas veces el crítico cultural Noel Ceballos– a la categoría de clásicos.
Pero dar por infalible la fórmula es una conclusión precipitada y ventajista, animada por la apabullante acogida de Jurassic world o las excelentes críticas de Mad Max: Furia en la carretera, de George Miller. Los remake de Robocop (2014), Desafío Total (2012) o Poltergeist (2015) no tuvieron el éxito esperado que hoy recogen los remozados dinosaurios, el veterano T-800 de Arnold Schwarzenegger o el loco Max quemando en el desierto. Pero en realidad, muchos de estos últimos títulos no son estrictamente producto del revival sino más bien de la novísima condición de clásicos de la ciencia ficción de sus respectivos padres, películas ya treintañeras que pronto peinarán canas. Del mismo modo que cada nueva generación ha cono-
cido una novísima revisión audiovisual de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson –incluidas las versiones animadas de Hal Sutherland en 1971 y Disney ( El planeta del tesoro, 2002) y la protagonizada por los Teleñecos en 1996–, Terminator, Parque ju
rásico, Robocop o Desafío total son –en distinta medida y a su diferente modo– indiscutibles clásicos de un género que en buena medida se fundó en las décadas de los setenta y los ochenta: la ciencia ficción de seria A. Muy distinto es el caso de estos
Pixels que no beben de ningún clásico, sino del propio fenómeno del fandom nostálgico – fandom es una contracción de los términos
fanatic kingdom (reino fanático) para definir a los colectivos de seguidores acérrimos de algún fenómeno en particular–. Las películas sobre los fan, casi siempre en tono de comedia, se han convertido en un subgénero con el que Hollywood se convierte en un espejo irónico de sus propios clientes. Héroes fuera de órbita (1999), de Dean Parisot, abrió el fuego de fandom nostálgico como asunto narrativo, al meter a una versión apócrifa del talludito elenco clásico de Star Trek junto a sus propios fans –de éste y del otro lado de la galaxia– en una épica guerra interestelar que venía a decir que has de tener cuidado con lo que deseas, no sea que alguien allí arriba –alienígenas, no ángeles– te oiga. Los británicos Simon Pegg y Nick Frost han sacado partido de ese mismo
concepto del fandom, con acierto diverso, en títulos como Zombies Party (Una noche... de muerte)
(2004) o Paul (2012), un cine con el que más que mirar con condescendencia a los seguidores del cine de género, Frost y Pegg se contemplan a sí mismos con ironía en su doble condición de cineastas y
frikis entusiastas del cine fantástico.
De Héroes fuera de órbita toma Pixels otra de sus premisas –también usada en un episodio de Fu
turama–: los extraterrestres llegan a una conclusión equivocada, confunden nuestra producción cultural con nuestra producción
‘Pixels’ se inscribe en el subgénero de películas irónicas en las que los fans son los protagonistas
armamentística y en virtud de ese error despliegan su estrategia de conquista planetaria.
Esta condición metacinematográfica y autorreflexiva –el cine hablando de cine– que han abrazado películas a priori muy alejadas del arte y ensayo o el cine de autor y en teoría vacías de preten- siones intelectuales es en realidad un síntoma de madurez del jovencísimo arte de la imagen en movimiento, pues exige una premisa: un público avisado y lo suficientemente educado en el audiovisual para encajar con naturalidad la autoironía que se contiene en su formulación. Y, si hablamos de películas de alto presupuesto con vocación de taquilla, que ese público sea mayoritario.
No se trata pues de buscar un espectador necesariamente añorante del cine de hace treinta años sino conocedor de los códigos culturales del espectáculo afianzados en los ochenta y dispuesto a un viaje que los celebre, como fue el caso del musical Wal
king on Sunshine (2015) –película que calca la exitosa fórmula de
Mamma Mia! (2008) reemplazando las canciones de Abba por una selección de hits clásicos de los ochenta– o se burle de ellos, como es el caso de Pixels, a la que incluso podría atribuírsele una lectura malévola y preventiva sobre lo poco neutrales que son los recuerdos y sobre la posibilidad de que lo que parecía una inofensiva añoranza se torne en una ejército invasor de destructivas intenciones.