El arte de saber perder

Realmente, saber perder es todo un arte: cuando uno pierde no suele tener ni el humor, ni el talante, ni el discurso para convertir una derrota en victoria. En la historia hay pocos casos en los que un político crezca en el fracaso. Quizás Nicolas Sarkozy, tras caer ante François Hollande, supo encontrar las palabras y el tono para parecer sincero a la hora de reconocer sus errores. Puede que fuera puro teatro, pero supo aceptar responsabilidades, valorar los aciertos del rival y aparecer agradecido con sus colaboradores. Estuvo elegante, digno y educado, hasta el punto de que la sociedad francesa lo contempla como un posible presidente, tres años después de dejar el Eliseo. Posiblemente, saber perder constituye una inversión de futuro.

Habitualmente, la gente no es capaz de reconocer sus flaquezas o sus desaciertos. Un viejo periodista que conocí en mis años de becario tenía en su mesa un cartel con la siguiente frase: “O el mundo se ha equivocado en mí o yo me he equivocado de mundo”. Siempre pensé que aquel hombre debió de sufrir mucho –nunca alcanzó el puesto que ansiaba– pero ni uno puede responsabilizar al mundo de sus miserias, ni pensar que es un náufrago de una realidad que no se merece.

Lo fácil en esta vida es echar las culpas a los demás de los errores propios. Richard Nixon acusó a la maquilladora de la CBS de su derrota ante John F. Kennedy tras el debate que llevó al bostoniano a la presidencia de los Estados Unidos. Lo contó Walter Cronkite en sus memorias, al tiempo que aclaraba que la joven, una reputada profesional, era de una familia republicana y estuvo a punto de perder su trabajo por las insinuaciones del candidato.

Joan Laporta se fue del Camp Nou sin dar la mano a Josep Maria Bartomeu por su triunfo en las elecciones del sábado. Se marchó con la misma cara de pocos amigos que Nixon de los estudios de la CBS. Sólo le falta encontrar a la maquilladora para cargarle la culpa de su derrota.