La Vanguardia

El tigre conserva la garra

- Maricel Chavarría

El festival de Peralada acogió a un Tom Jones que demostró una gran capacidad de adaptación, lo que le permite dominar el escenario con la misma maestría de siempre.

Cumplir 75 años conservand­o la chulería de crooner del soul no es posible sin algunos replanteam­ientos estilístic­os que le permitan a uno subsistir en un medio cada vez más exigente. La escena musical sexy no perdona. Pero Tom Jones, que teniendo en cuenta cómo ha desgarrado la voz a lo largo de su carrera luce una gran técnica vocal, ha encontrado un método que le permite desplegar aplomo y solidez artística. Bien, la densa mata de canas rizadas también cuenta.

Cincuenta años, nada menos. Medio siglo de éxitos musicales repasaba el sábado en el que era su debut en el festival de Peralada cuando sorprendió a su fiel público con unos arreglos musicales por lo menos alternativ­os. Muy en forma, con el rostro aparenteme­nte recuperado de los excesos de la cirugía plástica, Sir Tom Jones demostró que a pesar de esa afonía que muestra al hablar, conserva todo su feeling, sabe brillar en las baladas y es digno heredero de sí mismo en las apuestas funk. Como ese notable Kiss de Prince que marcó un antes y un después en su trayectori­a y con el que apareció en la exigua tanda de bises. Eso sí, adornado con una introducci­ón del famoso Pick up the pieces de los Average White Band.

Setenta y cinco no son nada para Tom Jones. El Tigre de Gales tuvo el placer incluso de presentar en Peralada unos pocos temas de su nuevo álbum (!), en el que flirtea con el country, el sonido hawaiano de la slide guitar y otros cómodos registros clásicos del siglo XX.

Gato viejo, vacilón, el autor de Sexbomb se ha sabido rodear en esta gira de un par de tipos con oficio como son el magistral guitarrist­a Robert McCintosh (de la segunda hornada de The Pretenders y al que Paul McCartney fichó en los noventa) y al notorio bajista londinense David Bronze. Como director artístico ha nombrado a un amigo del alma, el batería Gary Wallis, capaz de transforma­r todo un Delilah a ritmo de folk rock –para comodidad vocal de la estrella– e It’s not unusal en una rumbita con la que la gente también se pone a bailar. El resto de la banda de hasta diez hombres –ninguna sexybomb haciendo coros– son músicos de la nueva escuela, en la onda folk inglesa, que por un lado le brindan vientos moderados que no le tapen la voz y por otro le trazan una coreografí­a de gestos insinuados... mmm.

El método del de Gales puede crear es- cuela ahora que estamos todos dispuestos a vivir cien años. Consiste en seguir adaptando los temas a sus posibilida­des, prescindie­ndo de aquellos que como She’s a Lady pondrá en evidencia que no conserva la amplia tesitura vocal que le hizo extraordin­ario, al tiempo que cede en otros que el público espera. El soul de antaño ya no podría Jones servirlo con la misma calidad, de modo que lo disfraza: el concierto arrancó con Burning Hell y Mama Told Me para después adentrarse en títulos nuevos de depurada producción estilístic­a, pero que poco o nada conectaron con el público. En Sexbomb ahorró energía con una primera mitad lenta y en baladas como Never fall in love again se tiró al country, apoyándose más en el ritmo que en la modulación. Y donde levantó definitiva­mente al público fue con Leave your hat on, tras lo que canceló las últimas dos canciones previstas, e incluso Thunderbal­l de 007. Bueno, su nombre es Jones, Tom Jones.

El método que mostró en Peralada puede crear escuela ahora que todos queremos vivir cien años

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AGUSTÍ ENSESA Gato viejo, vacilón, el autor de Sexbomb se rodea de diez músicos en esta gira
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