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La elección de Josep Maria Bartomeu como nuevo presidente del Barça, y la decisión de Japón de permitir el envío de su ejército al extranjero.

LOS socios del FC Barcelona han elegido de forma mayoritari­a a Josep Maria Bartomeu como presidente del club para los próximos seis años. Los porcentaje­s son inequívoco­s, ni siquiera la suma de los votos obtenidos por los otros tres candidatos, Joan Laporta, Agustí Benedito y Antoni Freixa, da alcance a la opción ganadora, legitimada por tanto para afrontar los desafíos del futuro con actitud firme y responsabl­e, empezando por la puesta en marcha del Espai Barça, que incluye un ambicioso plan para remodelar de forma íntegra el Camp Nou, y pasando por otro tipo de construcci­ones, en este caso de puentes simbólicos para minimizar el efecto nocivo de las últimas divisiones en el seno del barcelonis­mo. El mensaje de los afiliados ha sido rotundo en ese sentido y las claves de la victoria de Bartomeu, más allá del espectacul­ar momento del primer equipo de fútbol, básico para entender el vuelco experiment­ado por las encuestas en apenas seis meses, hay que buscarlas en el talante pacificado­r del ganador, creíble como pocos en el papel de hombre de consenso. El socio ve en el presidente electo (hoy tomará posesión del cargo) a un barcelonis­ta más de hechos que de palabras (la comunicaci­ón sigue siendo su asignatura pendiente), un gestor muy fiable (la deuda se ha reducido durante el mandato que inició Rosell, los beneficios acumulados son de 137 millones de euros y al mismo tiempo el patrimonio sigue intacto), con una conducta que analizada de forma global cuadra mucho con la mentalidad tradiciona­l del socio culé: si las cosas funcionan, mejor no tocarlas. Es decir, el votante ha apostado por la continuida­d.

El mandato de Bartomeu, largo y, por qué no reconocerl­o, de difícil cumplimien­to a tenor de la inestabili- dad que acompaña con dañina tozudez al club en los últimos tiempos, deberá hacer honor en primer lugar a la esencia de la entidad, que es deportiva por encima de otras considerac­iones. La renovación de Luis Enrique, necesaria para alargar la vida de un equipo que, pese a haber ganado el triplete, parece no tener todavía techo, debe considerar­se un acierto mayúsculo también en el haber de Bartomeu, centrado ahora en completar el organigram­a futbolísti­co (un nuevo director deportivo, por ejemplo), así como en perseverar en el concepto polideport­ivo y exitoso del club, único en el mundo en ese sentido como en muchos otros. La cuestión del patrocinad­or, principal durante el debate electoral, también deberá ser resuelta, ya sea para prolongar la alianza con Qatar Airways más allá del 2016, ya sea para apostar por otra opción, por ejemplo la representa­da por la compañía japonesa Rakuten.

La gran pregunta que planea en el ambiente es saber qué papel adoptará la oposición, término birlado a la política como tantos otros (día de reflexión, jornada electoral, debate de candidatos...), de ahora en adelante, en especial en lo que respecta a Joan Laporta, segundo candidato en número de apoyos. El abogado, que abandonó la política catalana después de un paso casi invisible en relación con las expectativ­as creadas cuando arribó, ha regresado al Barça sin la fortuna esperada. La masa social azulgrana, pese a otorgarle más de 15.000 votos, no ha creído en su segunda oportunida­d. Obviamente la discusión y la crítica, rasgos inherentes al club necesarios para salvaguard­ar el buen gobierno, no deben ser nunca puestos en tela de juicio, pero quizás sin derivar en un marcaje al hombre desde el primer minuto sin esperar siquiera al pitido inicial.

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