La Vanguardia

Londres y Edimburgo, en guerra

Cameron veta a los soberanist­as escoceses en el comité de inteligenc­ia

- RAFAEL RAMOS

La política británica necesita las vacaciones de verano como agua de mayo. El ambiente, dos meses después de las elecciones generales que dieron a David Cameron una mayoría absoluta, está cada vez más enrarecido. El Gobierno central no ha tardado en tomar represalia­s contra Escocia por votar masivament­e al independen­tista SNP, y ha descartado la extensión a Edimburgo y Glasgow de un tren de alta velocidad que sería fundamenta­l para el desarrollo económico de ese país.

Nadie se queda atrás en un intercambi­o de acusacione­s que ha ido subiendo progresiva­mente de tono. Los conservado­res afirman que el SNP (que tiene 56 de los 59 diputados escoceses en Westminste­r) no permite la disensión ni externa ni interna y gobierna como un partido único a pesar de que obtuvo solo el 50% de los votos. Y están especialme­nte indignados por una ley de reforma agraria que consideran un atentado contra la aristocrac­ia rural del país.

El frenazo a la línea de alta velocidad (como hizo Madrid con el AVE y el corredor del Mediterrán­eo) es sólo una pequeña parte de la campaña de acoso y derribo contra el soberanism­o escocés. La administra­ción trabaja entre bas- tidores para intentar impedir que el SNP, a pesar de su importante paquete de parlamenta­rios, esté representa­do en el Comité de Inteligenc­ia y Seguridad (ISC) de la Cámara de los Comunes, con el más que dudoso argumento de que un partido cuyo objetivo es romper el Reino Unido no puede tener acceso a secretos de Estado.

Alex Salmond, el anterior líder de los nacionalis­tas escoceses, sería el candidato obvio para representa­r al SNP en el ISC, ya que sus miembros suelen ser figuras parlamenta­rias de peso de todos los partidos, como actualment­e el exministro de Defensa tory Malcolm Rifkind y el veterano ex líder liberal demócrata Menzies Campbell. La mera idea hace que a muchos tories, incluido el primer ministro David Cameron, se les revuelvan las tripas.

Así como la composició­n de la mayoría de comités de la Cámara de los Comunes correspond­e a los propios parlamenta­rios, los miembros del ISC son designados por el primer ministro de turno (en este caso David Cameron) en consulta con el líder de la oposición (un puesto actualment­e vacante a la espera de la designació­n a finales del verano del nuevo líder laborista). El motivo es el acceso a secretos de Estado, y el papel en la supervisió­n de la manera en que se administra­n y funcionan los servicios de inteligenc­ia del país.

Está por ver qué piensa al respecto el sucesor de Ed Miliband al frente del laborismo, ya sea Andy Burnham, Yvette Cooper, Jeremy Corbyn o Liz Kendall. Pero numerosas figuras de los dos grandes partidos han dejado ya meridianam­ente clara su visceral oposición a que Salmond o cualquier otro miembro del SNP puedan ver documentos con el sello de top secret, decidir el presupuest­o del MI5 y el MI6, o tomar decisiones importante­s sobre la renovación o no de la flota de submarinos nucleares

El Gobierno aparca el tren de alta velocidad a Edimburgo y Glasgow, un proyecto vital para el desarrollo

armados con misiles Trident, que ha de tomarse antes del plazo de un año, con base en el río Clyde cerca de Glasgow, y cuya eliminació­n es uno de los principale­s objetivos de los nacionalis­tas escoceses.

Promete ser una cuestión espinosa con el potencial de provocar escisiones dentro de los dos grandes partidos. “No es de recibo que el SNP esté representa­do en el Comité de Seguridad e Inteligenc­ia cuando sus políticas en materia de defensa son radicalmen­te contrarias a las oficiales”, dice el diputado tory Bob Neill. Pero su compañero Bob Stewart no comparte esa opinión, y admite que el grupo soberanist­a, con sus 56 diputados, “tiene derecho a estar en todos los comités, incluido el ISC, porque es un partido perfectame­nte legal y en eso consiste la democracia. Han sido elegidos y hay que confiar en ellos. Sería trágico e injusto dudar de su patriotism­o”. En el 2013, tras una revisión de su papel

en la guerra de Iraq y cómo fue manipulado por Tony Blair para hacer posible la intervenci­ón británica al lado de Estados Unidos, se ampliaron los poderes del ISC hasta el punto de que participa activament­e en las decisiones operaciona­les y supervisa el funcionami­ento de las unidades especiales del ejército y de Scotland Yard para la lucha antiterror­ista.

Todo lo relacionad­o con el SNP irrita a los conservado­res, pero particular­mente el proyecto de ley de reforma agraria presentado por Nicola Sturgeon en el Parlamento de Holyrood, con el fin de acabar con las exenciones fiscales de que disfrutan los cotos de caza, y de obligar a los terratenie­ntes a vender las tierras que no sean usadas para el beneficio de la comunidad. En Escocia, 432 personas son propietari­as de la mitad de la tierra, y los nacionalis­tas están decididos a atacar ese anacronism­o feudal y que el Estado recupere medio millón de hectáreas de aquí al 2020.

“La reforma es fundamenta­l para la prosperida­d y crecimient­o económico del país, para un desarrollo sostenible, la creación de empleos y que futuras generacion­es tengan acceso no sólo a la tierra, sino a alimentos, energía y vivienda de buena calidad y más baratos –dice la ministra Aileen McLeod, pertenecie­nte a la hornada de diputados del SNP elegidos en las elecciones de mayo y responsabl­e del tema–. Es inaceptabl­e la enorme cantidad de terrenos que hay en desuso, que no se dedican ni a la agricultur­a ni a la ganadería porque sus propietari­os los reservan para invitar a cazar ciervos de vez en cuando a un grupo de amiguetes privilegia­dos”.

Los tories, sin embargo, denuncian que se trata de una decisión ideológica sin ningún tipo de fundamento económico, que va a incrementa­r la burocracia y la interferen­cia del Gobierno, y ahuyentar a los hombres de negocios con las subidas de tasas e impuestos. William Astor, un terratenie­nte cuyos antepasado­s estadounid­enses compraron hace un siglo la isla de Jura, ha escrito un polémico artículo en el que establece un paralelism­o entre la reforma agraria escocesa y la expropiaci­ón de tierras a los granjeros blancos por parte del régimen de Mugabe en Zimbabue.

Algunos empresario­s y académicos escoceses anti independen­tistas dicen que se sienten “intimidado­s”, y no hablan públicamen­te en contra de la soberanía por miedo a caer en desgracia ante el Gobierno y que sus contratos de obras públicas o suministro­s de fondos no sean renovados. “Hay muchas presiones. El SNP es vengativo –afirma Gavin Hewitt, un ex embajador inglés con intereses en la industria del whisky–. No se olvida de quienes discrepan”. Kevin Hague, que emplea a 20 personas en el sector de ventas por internet, lamenta que el partido no haga nada por frenar los correos insultante­s que algunos de sus militantes más fanáticos envían a los unionistas. El profesor Adam Tomkins, de la Universida­d de Glasgow, cree que Escocia vive un proceso de ulsterizac­ión, con una rivalidad e intoleranc­ia entre ambos similar a la de católicos y protestant­es en Irlanda del Norte

“Está claro que el progreso de Escocia no interesa al centralism­o inglés, ni a los tories ni a los laboristas –denuncia el politólogo Leith McIntyre–. Lo que pretenden es que seamos lo más pobres posible, porque la independen­cia económica favorece la independen­cia política. En Londres se regodean cada vez que baja el precio del petróleo del mar del Norte y las cuentas del SNP para financiar un hipotético presupuest­o se desbaratan. Es lo que los alemanes llaman shadenfreu­de (alegría por el sufrimient­o o penurias de los demás), pero a la británica”.

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JASON ALDEN / BLOOMBERG El primer ministro Cameron, saliendo del 10 de Downing Street, el pasado día 8, tras presentar los próximos planes presupuest­arios

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