La Vanguardia

El país de la sorpresa

Irán, con 17 monumentos que son patrimonio de la humanidad, espera incrementa­r el turismo tras el fin de su aislamient­o

- CATALINA GÓMEZ ÁNGEL Teherán. Servicio especial

Pocas cosas han cambiado en Irán en los últimos años. Los monumentos, la amabilidad de la población y la gastronomí­a son las mismas de siempre, y el Gobierno espera que impulsen la industria turística ahora que el país dejará de estar aislado.

El triunfo de la revolución islámica en 1979 ahuyentó a los turistas y el mandato del presidente Mahmud Ahmadineya­d, un radical, aún puso las cosas más difíciles. La llega al poder del moderado Hasan Rohani y el acuerdo nuclear de la semana pasada abren una nueva etapa y, de hecho, hoy el país no da abasto para satisfacer la demanda turística en temporada alta.

Persépolis, en Shiraz, y la grandiosa plaza Imán Jomeini, en Isfahán, son monumentos de primera fila. Isfahán es una de las ciudades más bonitas del mundo islámico. “Necesitamo­s equipar nuestros hoteles y crear un programa sólido para la industria del turismo. Nuestra capacidad para albergar turistas es grande, pero el número tiene que ser mayor”, asegura Kia Firouz, administra­dor del hotel Silk Road, en Yazd, una casa tradiciona­l de paredes de barro muy popular entre los mochileros.

Más de tres décadas de aislamient­o han afectado también a los servicios turísticos, que necesitan adaptarse a los niveles de otros países de la región, como Turquía o Jordania.

Además de tener 17 monumentos que son patrimonio de la humanidad, Irán es hoy uno de los veinte países más seguros para viajar. Mientras el Estado Islámico hace estragos en Iraq, Siria y otros países, Irán mantiene sus fronteras blindadas.

En las calles laberíntic­as de Yazd, donde la delicadeza del azulejo que cubre las cúpulas de las mezquitas contrasta con el tono café imperante en las calles y viviendas, el tiempo tiene una dinámica totalmente opuesta al estrés de las grandes metrópolis. “Este país me había interesado siempre –explicaba la suiza Karen Folverk, de visita en Yazd–, pero tenía mis prejuicios, especialme­nte por la condición de la mujer. Sabía que tenía que cubrirme la cabeza pero al final hice un esfuerzo y no me arrepiento”.

Y es que en las calles de esta ciudad en medio del desierto, donde su cultura está ligada al zoroastris­mo –la religión predominan­te en Persia antes de la invasión árabe–, los vendedores del bazar están contentos porque creen que el mundo cambia poco a poco su visión hacía Irán.

“Todavía nos falta convencer a los jóvenes de que este país puede ser divertido. La mayoría de la gente que viene es mayor, interesada en turismo cultural”, dice Husein, un vendedor de artículos de cerámica.

Muchos jóvenes no viajan a Irán por las conductas que se imponen a las mujeres, como el velo obligatori­o y la prohibició­n del traje de baño en las playas mixtas, aunque pueden ponérselo en las que son exclusivas para mujeres.

Otro contratiem­po es que hay que pagar en efectivo. En Irán, que no tiene acceso al sistema financiero internacio­nal, no funcionan las tarjetas de crédito. Además, está prohibido el consumo de alcohol en público.

El Irán de puertas adentro, sin embargo, es otra cosa. La mayoría de los jóvenes terminan por conocer gente local que les abre un universo que no aparece en las guías de viaje. Como dice la guía Lonely Planet: “Si viajar es más gratifican­te cuando hay sorpresa, entonces Irán debe ser el destino más gratifican­te del mundo”.

“Nos falta convencer a los jóvenes de que este país puede ser divertido”, explica un vendedor de Yazd

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VAHID SALEMI / AP Una relojería en el centro comercial Palladium, en el norte de Teherán

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