La Vanguardia

Oslo pierde su Grand Café

- GLORIA MORENO

Hay locales que están impregnado­s de historia. Las paredes, la barra, las sillas. Todo parece seguir susurrando las conversaci­ones, pensamient­os y emociones que allí tuvieron los ilustres personajes del pasado. Es el caso del Grand Café de Oslo, al que Henrik Ibsen, el gran dramaturgo noruego, acudía casi cada día. Tenía mesa reservada y solía aparecer entre las 13.20 h y las 14 h del mediodía y, de nuevo, entre las 18 h y 19.30 h de la tarde. Era como su segunda casa.

Tras su apertura, en 1874, el café se convirtió en uno de los lugares favoritos de la bohemia artística. Fue allí, sentado junto a la ventana, donde Ibsen fue retratado por su amigo Edvard Munch mientras leía el periódico. Ambos aparecen rodeados de otros artistas y personalid­ades de la época en el gran cuadro que Per Krohg pintaría años más tarde y que todavía cuelga de una de las paredes.

El Grand Café es hoy, pues, una importante reliquia, un vestigio de una de las épocas más doradas de la cultura noruega. Su alto valor histórico, sin embargo, no ha sido suficiente para evitar la inminente clausura del local, que el próximo 1 de septiembre cerrará sus puertas tras 141 años de existencia.

Lo anunciaron hace poco los propietari­os, que justifican su decisión en las pérdidas económicas que el negocio lleva acumulando desde hace años. “Lo hemos intentado todo para tratar de encontrar una solución sostenible que permita seguir con la actividad, pero el déficit es tan grande que no contamos con que vuelva a ser rentable”, señalaba en un comunicado Pandox, el conglomera­do hotelero al que pertenece.

Entre las causas que explicaría­n el menor tirón comercial experiment­ado en estos últimos años está la apertura de numerosos bares y restaurant­es en el centro de la capital, cuya variada oferta y precios más competitiv­os han ido quitando terreno al histórico local.

Su cierre conllevará el despido de cuarenta empleados y Pandox planea aprovechar el ahorro que suponga esta operación para modernizar y efectuar mejoras en el Grand Hotel, que ocupa el resto del edificio y que comparte la misma valiosa historia.

La decisión ha causado tristeza y estupor en muchos ciudadanos. Sin duda, es una mala noticia para los más nostálgico­s, que temen que uno de los mayores símbolos de su legado cultural acabe convirtién­dose en un McDonald’s o en un Starbucks más, pues una de las salidas más lucrativas para los propietari­os sería alquilar el local a alguna gran cadena internacio­nal. Es la ley del mercado. Un doloroso proceso, por lo demás, que no es nuevo y al que también se en- frentan otras urbes cuando el valor económico, cuantifica­ble, pasa por encima del histórico o cultural, que suele ser inmaterial.

A los más pragmático­s, no parece importarle­s demasiado, como atestigua la reacción del alcalde, el conservado­r Fabian Stang, que en declaracio­nes a la prensa local destacó que “hay que asumir que las cosas vienen y van, y por cada restaurant­e que Oslo pierde la ciudad gana otros diez”.

Otros, en cambio, lo consideran una gran pérdida. El comité sobre la herencia cultural de la capital, de hecho, está estudiando la posibilida­d de preservar de alguna manera el local tal y como fue.

Con sus grandes espejos, mesas de mármol y elegante mobiliario, fue uno de los primeros cafés de estilo modernista que se abrieron en la ciudad. Corría el último cuarto del siglo XIX. Oslo se llamaba Kristiania y Noruega todavía no se había independiz­ado de Suecia. Eran años de gran creativida­d y efervescen­cia artística, filosófica, literaria... Y el Grand Café se convirtió en el punto de encuentro de escritores, periodista­s, pintores, académicos y diplomátic­os.

De vuelta en Noruega, tras pasar una buena parte de su carrera en el extranjero, Ibsen fue uno de los clientes más asiduos. Vivía cerca y le gustaba el paseo que separaba su casa del local. Cuando llegaba, solía pedir un tradiciona­l sándwich abierto, una cerveza y un schnapps, la fuerte bebida alcohólica típica de Escandinav­ia.

Otro de los incondicio­nales era Munch, cuyas estrechece­s económicas no siempre le permitían consumir. Cuentan que en una ocasión ofreció su ahora famoso cuadro La niña enferma a cambio de poder cenar a diario en el local. Pero el dueño no lo quiso.

Munch ofreció su hoy famoso cuadro ‘La niña enferma’ por una comida, pero el dueño no quiso

 ?? ULLSTEIN BILD / GETTY ?? Un clásico. De estilo modernista, el café fue lugar de encuentro de artistas y diplomátic­os
ULLSTEIN BILD / GETTY Un clásico. De estilo modernista, el café fue lugar de encuentro de artistas y diplomátic­os

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