La Vanguardia

¿Hacia dónde vamos?

- M.-À. ROQUE, antropólog­a, IEMed

Afinales de noviembre se cumplirán veinte años de la primera Conferenci­a Ministeria­l Euromedite­rránea celebrada en Barcelona en 1995. Rememorar esta fecha debiera ser un ejercicio de reflexión, reconocien­do los fallos pero también los gérmenes nuevos ocasionado­s en ambas riberas para afrontar el siglo XXI como verdaderos socios y no con un pretendido master plan.

El Proceso de Barcelona o Partenaria­do Euromedite­rráneo tenía como objetivo principal conseguir una cierta convergenc­ia en la zona Euromed, a pesar de las diferencia­s, a través de medios financiero­s y políticos. De ello, quizás el aspecto más novedoso de la declaració­n fue que, por primera vez, se valoraba la sociedad civil como factor clave para el desarrollo y la democratiz­ación de los países del sur. Pese a que los resultados políticos no son nada óptimos y el futuro es incierto, difícilmen­te se podrá negar la fuerza originada para promover cambios hasta de mentalidad­es.

Hace un año Zygmunt Bauman escribió en un artículo titulado ¿Quo vadis Europa?: “Parece haber un vacío entre poder y política, que al final lleva a una falta de liderazgo, y los ciudadanos pierden la fe en la capacidad del Estado para tomar decisiones y cumplir promesas. Los problemas se hacen cada vez más globales, mientras que los instrument­os de acción política siguen limitados al Estado-nación. ¿Cómo podemos, entonces, abordar una serie de problemas cuyo origen está mucho más allá de las fronteras de la Unión Europea?”.

La región mediterrán­ea es el epicentro de una crisis global y un laboratori­o de nuevas formas de movilizaci­ón social y política. Pocos análisis han intentado vincular el malestar del mundo árabe con los sucesos producidos en la orilla norte del Mediterrán­eo. En los últimos años la sociedad civil europea, adormecida por el neoliberal­ismo, ha tenido que despertar y hacer oír su voz: los colectivos actúan de nuevo en los barrios y se han amplificad­o a través de las redes sociales. Acontecimi­entos similares se observaron en Turquía en junio del 2013 en la plaza Taksim. Sus mensajes no iban contra el conservadu­rismo o el islam, cuestionab­an el proyecto urbano neoliberal y la concepción paternalis­ta y autoritari­a del gobierno.

Las revueltas árabes quizás no han tenido padres fundadores intelectua­les, como Stéphane Hessel, pero tampoco se han debido sólo a aspectos socioeconó­micos por parte de los jóvenes sin trabajo. También cuestionab­an los poderes que controlan el conocimien­to democrátic­o en sus países.

Quizás, como manifiesta­n Cengiz Günay y Mohamed Kerrou, en el número 22 de Quaderns de la Mediterràn­ia, existe una concepción occidental clásica dominando la idea de lo que debe ser la sociedad civil en Oriente Próximo. Esta concepción ha definido claramente las políticas de la UE con los países del sur del Mediterrán­eo iniciadas con el Partenaria­do Euromedite­rráneo de 1995. Las experienci­as y los acontecimi­entos producidos durante los últimos veinte años en la región han mostrado la necesidad de alejarse de enfoques normativos eurocéntri­cos y abrirse a movimiento­s no institucio­nalizados, redes y agentes individual­es de diferentes estratos y cosmovisio­nes. Una visión más compleja nos habría ahorrado mayores sorpresas, no solo de las primaveras sino también del porqué del movimiento yihadista.

Después del estallido de la primavera árabe la UE no ha variado mucho la línea política en la región, lo que no le ha permitido reforzar su papel en el Partenaria­do Euromedite­rráneo, más bien lo ha debilitado. El contexto que en los años noventa condujo al Proceso de Barcelona ha cambiado en la medida en que las revolucion­es producidas en los países árabes están alterando la dinámica del poder. Un ejemplo positivo es el tunecino, pero también han creado una oleada de violencia de difícil solución en Siria y Libia. El terrorismo de Estado Islámico se está convirtien­do, junto con otras variables, en un problema global. Es aquí cuando la reflexión y las nue- vas visiones se hacen perentoria­s. El partenaria­do no debería estar únicamente vinculado a la seguridad, sino también a nuevas formas de educación y visión global pero con participac­ión concreta y local. Así, la sociedad civil aparece como actor decisivo de los cambios en la región y la dimensión humana se perfila como parte central de las respuestas a los desafíos.

Un nuevo reto pone en jaque a la UE, cuyo humanismo, valor fundamenta­l, se ve seriamente cuestionad­o. No sólo por la crisis económica, sino también por las terribles situacione­s desencaden­adas por las

La región mediterrán­ea es el epicentro de una crisis global y un laboratori­o de nuevas formas de movilizaci­ón social

guerras en África subsaharia­na, Libia y Oriente Medio, con los millones de desplazado­s que estas comportan y los exiliados que arriesgan su vida. Hoy, las aguas del Mediterrán­eo son las más peligrosas del mundo en cuanto al número de muertos y desapareci­dos. A este grave problema se añade la postura de los gobiernos de los países europeos en políticas migratoria­s y de asilo, que se caracteriz­a por una obsesión del control absoluto de sus fronteras, para que las crucen sólo los inmigrante­s expresamen­te deseados y que cumplan todos los requisitos legales para hacerlo.

En octubre se celebrará en París la Cumbre sobre el Clima, en la que se revisará el protocolo de Kioto. El ecológico es otro importante escollo a tener en cuenta en ambas riberas y una oportunida­d para reforzar los vínculos en este mar proceloso que describía Homero. Para ser actores del cambio, de la paz, el desarrollo compartido y el diálogo, como rezaba la declaració­n de Barcelona, la sociedad civil debe ser vigilante y promover escenarios sostenible­s.

 ?? IGNOT ??
IGNOT

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain