La Vanguardia

¿Opinar o actuar?

- Xavier Antich

Este julio se han cumplido cinco años de la manifestac­ión masiva que ocupó las calles de Barcelona en protesta contra la sentencia del Tribunal Constituci­onal que anulaba aspectos esenciales del Estatut votado en referéndum. “Más de un millón de personas” dijo La Vanguardia, que tituló en la portada: “Catalunya sentencia”. Pocos adivinaron entonces que esta concentrac­ión no era un estallido de indignació­n colectiva frente a la insólita amputación, por una instancia del Estado, de la expresión de la voluntad popular expresada en las urnas. Es verdad, como escribí aquí (“Obviedades y falacias”, 12/VII/2010), que no se oyó ni un grito en defensa del Estatut: “Al contrario, uno recorrió toda la manifestac­ión: in-inde-independèn­cia. Quien no sea sordo, pudo oírlo”).

Como escribió Stefan Zweig a propósito del 14 de julio de 1789, “a veces, ya un rayo anticipa la gran tormenta”. Aunque muchos no lo quisieron ver, con el paso del tiempo aquella manifestac­ión ya puede ser reconocida como el principio de todo y, sobre todo, de una serie de concentrac­iones, cada vez más masivas y transversa­les, que han ido articuland­o estos años no sólo la expresión de un profundo desacuerdo con respecto al estatus de Catalunya en el Estado español, sino sobre todo la definición de un imaginario posible para contestarl­o en torno al deseo de independen­cia de Catalunya y de la voluntad de constituir un nuevo Estado.

Cinco años. Para los que más prisa tenían quizás es mucho tiempo. Para otros, sin embargo, ha sido el necesario para que tanto el desacuerdo ante un statu quo considerad­o injusto y nocivo como la nueva demanda política acabaran de tomar forma desde una perspectiv­a ideológica y a la vez instrument­al. En cierto sentido, con las elecciones del 27-S llegamos a un cierto final de ciclo en que, tanto si se quiere ver y reconocer como si no, ya nada volverá a ser igual que antes. Y el gesto con que se cierra este ciclo es difícil de entender sin considerar lo que ha pasado estos cinco años, durante los cuales muchos han seguido interpreta­ndo la realidad política en Catalunya, por desidia o por incompeten­cia, con categorías ya definitiva­mente obsoletas desde aquel julio del 2010.

Este gesto es la articulaci­ón política de dos candidatur­as en favor de la independen­cia de Catalunya que abarcan todo el espectro ideológico tradiciona­l: desde posiciones liberales o socialdemó­cratas hasta las propias de la izquierda alternativ­a homologabl­es a la resistenci­a contra la globalizac­ión económica. Este gesto, que se concentra en la articulaci­ón de una lista unitaria impulsada por las asociacion­es ciudadanas (ANC, Òmnium y AMI) y los dos principale­s partidos políticos del Parla- ment, y de otra surgida de una confluenci­as de izquierdas en torno a la CUP. Un gesto que, además, otorga a las elecciones del 27-S un carácter inequívoca­mente plebiscita­rio, porque la lectura que todo el mundo, en Catalunya, en España y en el mundo, hará la noche de las elecciones dependerá de la suma de votos y escaños que totalizará­n estas dos candidatur­as, que se presentan explícitam­ente con un objetivo común compartido: la independen­cia de Catalu- nya. Estos días muchos se dedican a criticar este posicionam­iento en común de un espectro insólito de las fuerzas políticas catalanas. Otros dedican sus esfuerzos a hacer la parodia, a ridiculiza­rlo, a reprochar lo que consideran una anomalía o a discutir las propuestas formuladas.

El combate, sin embargo, es desigual: a un lado, el de los partidario­s de la independen­cia, se ha producido, por primera vez en estos cinco años, lo que propiament­e puede considerar­se como una acción política, en el sentido más estricto del término; al otro lado, el de los contrarios a la independen­cia, sólo opiniones, legítimas, claro está, pero opiniones.

Una acción política se define por la capacidad de actuar en común en torno a unos objetivos compartido­s colectivam­ente. Y actuar, como ya nos enseñaron los filósofos griegos, quiere decir hacer: una forma peculiar de hacer que consiste en modificar la realidad, a transforma­rla de acuerdo con la acción de la voluntad que pretende adecuarse a un deseo. La acción es la expresión de una adecuación del hacer al querer. El primer paso de la acción política, para que no sea simplement­e la manifestac­ión de una individual­idad, es la formulació­n de esta voluntad colectiva de hacer.

Es Hannah Arendt quien mejor ha pensado en el siglo XX la naturaleza de la acción política. En ¿Qué es la política? escribió: “A la acción le es peculiar poner en marcha procesos [...] y emprender un nuevo comienzo, iniciar algo nuevo, tomar la iniciativa”. Y fue también ella quien definió el poder, no por la fuerza, sino por el espacio potencial de aparición entre humanos que actúan y hablan juntos: “El poder surge entre los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento que se dispersan”. Más claro, el agua.

Una acción política se define por la capacidad de actuar en común en torno a unos objetivos compartido­s

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