La Vanguardia

Acorralado­s en la Costa Brava

Rambo dirige cada sábado en lo alto de la barra del hotel Llafranc una juerga digamos que daliniana

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La Costa Brava juega a la bohemia y se siente daliniana todos los sábados de verano, de medianoche a tres y media de la mañana, en el hotel Llafranc.

Carlos Bisbe, copropieta­rio del hotel, 55 años, se transforma pasada la medianoche en un Rambo con estética del luchador veterano del Arena de México DF, la catedral de la lucha, para dirigir una juerga intergener­acional desde lo alto de la espléndida barra de madera que preside una foto en blanco y negro de su tío, El Gitano, y Salvador Dalí haciendo los dos el ganso.

Como cada sábado, la multitud sólo anhela la salida sin anuncio previo de Rambo, el ya citado Carlos Bisbe. “Chico, vi Acorralado y aquella película me llegó al corazón”. Desde su primera aparición, al filo de las dos y cuarto, siempre a golpes de tapaderas de olla de cocina –la cocina del hotel que dirige su hijo-, Rambo da el ritmo de la noche: luz verde a la juerga.

Las juergas del siglo XXI son así, entre pautas y la tutela de la policía municipal. -Esto es la excelencia. Una joven desliza el comentario cuando Rambo reparece, a eso de las tres menos cuarto, y baila a su manera, todo aquí es a su manera, un sirtaki cretense cuyo ritmo endiablado pone a prueba una capacidad de entrega colosal. “¿Qué te metes?, me dice la gente. Nada, yo bebo agua mineral, sólo que me transformo”. El torso desnudo, un pañuelo en la cabeza, pantalón militar de camuflaje y una faja negra, muy del país.

La sala ya empieza a sudar pero es sudor de veraneante, un punto sexual, nada que no se pueda solventar con una ducha de agua fría. A Rambo le gusta este clima caluroso que se apodera del bar, siempre abarrotado, lo que propicia que las espontánea­s –nunca ellos primero– se suban a la barra y obtengan, con el aval de fotos y más fotos, el reconocimi­ento social de haberse desmelenad­o en

La sala suda, como le gusta a Rambo, pero sudor de veraneante, nada que no arregle una ducha

la fiesta de Rambo. -¡Pepe! ¡Pepe! ¡Pepe! Los amigos de Pepe jalean sus movimiento­s sexbomb en lo alto de la barra y por momentos Pepe desplaza en atención a las chicas de todas las edades –“lo mejor es que aquí puedes venir sin sentir que cantas”, sostiene Gemma, egarense como Mariona, en los cuarenta– que se animan a subir cuando el reloj marca las tres de la madrugada y se acerca la traca final: el despelote de Rambo.

Por supuesto, las copas son despachada­s, “yo disfruto mucho pero también es un negocio”, mientras la atmósfera verbenera invade el bar y propicia esa hermandad tan de la noche. Quiero decir: hay ligoteo. Y aunque estas fiestas no estarían permitidas en la capital de Barcelona en aras del descanso vecinal, son una referencia en la Costa Brava desde hace 26 años si bien será este agosto y no el pasado cuando Rambo celebre con un show espectacul­ar en la mismísima playa de Llafranc las bodas de plata (la fiesta fue prohibida por la autoridad en 2014 después de que muchos menores acabaran en coma etílico el año anterior, hecho que apena a Carlos, buena gente y anfitrión de otros tiempos que invita a pernoctar al periodista para que no coja el coche de madrugada).

Y llega la traca final, marcada por el repertorio catalán, himno del Barça incluido, hasta el Boig

per tu, que indica que colorín colorado la juega sabatina ha terminado.

Minutos antes, Rambo se ha despojado de la barretina, la faja, el pantalón militar, un bastón de madera y está, entregado ante los suyos, con un tanga que esta vez no llegó a quitarse.

Los camareros lanzan chorros de agua y un cliente de Lloret expone su agravio:

-Si los guiris hicieran esto en Lloret, ¡que escribiría­is!

Esto es Llafranc, pueblo encantador, donde nada desentona y todo el mundo se saluda con la pregunta “¿y cuando habeis llegado de Barcelona?”

Anteanoche, Rambo volvió a dar a la clientela ese punto de locura, juerga y singularid­ad que tiene esta fiesta tradiciona­l, oficiada en el fondo por la foto burlona de Dalí y el Gitano. “Yo admiraba mucho a mi tío, este espíritu de locura lo he sacado de él y no de mi padre, contable”. -Debes terminar rendido. - M’has fotut. Algunas mañanas noto la edad...

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LLIBERT TEIXIDÓ Carlos Bisbe, copropieta­rio del hotel Llafranc, se convierte en Rambo los fines de semana para dirigir una juerga ya clásica
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