La Vanguardia

Yo, de Merkel, dimito

- Alfred Rexach

Es cosa sabida que la canciller alemana, Ángela Merkel, no destaca por las simpatías que levanta. Ni siquiera en su país parece contar con demasiados amigos, aunque tenga el poder político bien amarrado. Ahora, su actuación frente a la niña palestina que, procedente de un campo de refugiados de Líbano, está en trance de ser expulsada de suelo alemán –ella y sus padres- ha terminado de completar la envoltura de alambre de espino que parece rodear cuanta aparición pública protagoniz­a esa mujer aspirante a káiser. Las imágenes y el corto diálogo del encuentro se han difundido urbi et orbi a través de las redes digitales, pero ha sido en las imágenes difundidas por las television­es donde el mundo pudo captar la genuina catadura del personaje que manda y ordena en Alemania sin casi oposición, mientras domina el continente con obligadas sumisiones de sus colegas europeos.

Yo las vi en 8tv, donde Josep Cuní las difundió con presteza presentánd­olas acertadame­nte como un síntoma del trato que los débiles y desamparad­os, como Grecia, pueden esperar de la valkiria de Hamburgo. Pocos se habrán extrañado de la comparació­n con otra dama de hierro, Margaret Thatcher, famosa también por su implacable y huraña dureza.

Sin nada que ver en fondo y forma, a mi las imágenes de la señora Angela Merkel ejerciendo de gobernante implacable me trajeron

A mi me ocurre lo que a Merkel, dimito en el acto alegando impotencia y me largo a casa llorando

a la cabeza a don Nicolás Salmerón, aquel presidente de la primera república española que dimitió para no tener que firmar una pena de muerte. En Salmerón, el imperativo moral, la ética, se impuso a cualquier otra considerac­ión. En Merkel, la reacción quedó limitada a una forzada caricia a una niña de 14 años, que reclamaba tener derecho al futuro. Y me pregunto para qué sirve llegar a donde Merkel ha llegado, si no eres capaz de resolver un problema como el que se le planteó a ella. O dicho de otro modo, si a mi me pasa lo que a Merkel, dimito en el acto ante las cámaras y me largo a mi casa llorando.

Por cierto, me pregunto también qué jefe de gobierno o presidente de España o de Catalunya aceptaría acudir a un programa de televisión, en el que una de las invitadas pudiera plantearle un asunto tan peliagudo. Y es que en materia de libertad de expresión, de auténtica libertad de expresión ante el poder, por estos lares andamos algo retrasados.

La web de Carmena. La flamante alcaldesa de Madrid no gana para disgustos y aunque algunos parece que se los busca sola, otros denotan que en la villa y corte abunda el personal cabreado con ella y dispuesta a lo que sea para que la mujer se aburra y se vuelva a su casa. La última ha sido la malhadada web Versión Original, con la que el consistori­o pretende fijar la verdad y la mentira de cuanto ocurra en aquel municipio. Se han abalanzado sobre ella en manada, como si el Ayuntamien­to de Madrid no tuviera todo el derecho del mundo a ofrecer su versión de los hechos. Igual que los demás lo tenemos de publicar la nuestra. Así que ¡al loro, señora Carmena!

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