La Vanguardia

Golpe de calor

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Hace unos cinco siglos (véase, a modo de ejemplo, el Quijote), las estaciones del año eran cinco: primavera, verano, estío, otoño e invierno… Y durante el estío había unos días de perros, la canícula. Los días del perro, de canis, en latín, porque la constelaci­ón más brillante del cielo nocturno del hemisferio septentrio­nal era la canis maior, el perro grande, como si fuese la osa mayor, y dentro de ella refulgía Sirio, la Abrasadora, la estrella más brillante después del Sol que puede ser vista desde la Tierra. Cuando Sirio brillaba en el firmamento, nuestros ancestros creían que su calor se sumaba al del Sol y que ahí estaban los días más secos y calurosos de todo el año: los días de perros, en los que andábamos con la lengua fuera buscando una sombra… Cosas, al fin y al cabo, de la inclinació­n del eje terráqueo y su relación con el sol. Y todo eso ha ido variando con el tiempo y los estudios astronómic­os, de tal forma que ahora Sirio brilla a primeros de septiembre (hacia el once, dicho sea a modo de ejemplo) y la canícula tal vez correspond­e más a la constelaci­ón del perro menor, canis minor. Y desde luego ya no está tan claro que los días de Sirio vayan del quince de julio al quince de agosto.

Este año, es una evidencia cruel que la canícula se ha adelantado y que hemos vivido y estamos viviendo unos días de perros que se prolongan en el tiempo. Creo que nunca habíamos pasado tanto calor y tanto bochorno. Y encima en medio de un circo po-

Es una evidencia cruel que la canícula se ha adelantado y que hemos vivido y estamos viviendo unos días de perros

lítico de tres pistas aunque al final se resuma en una pista central (o dos). En fin, éste es un año propicio a los golpes de calor, de la misma forma que nuestros estíos africanos son adecuados para pronunciam­ientos y golpes de estado. El golpe de calor, por cierto, es una alteración del hipotálamo y una incapacida­d de rebajar la propia temperatur­a. Y aunque sus causas y mecanismos no acaban de ser plenamente comprendid­os, la verdad es que puede llegar a causar no sólo desorienta­ción (que sería lo menos) sino que también el coma y hasta la muerte. Y dicho esto, tal vez no estaría de más preguntarn­os, si es posible a la sombra de algún árbol y cerca del mar, si no estaremos sufriendo en nuestro país un calentón, un golpe de calor, un momento de confusión y hasta de alucinació­n… Porque, santa democracia mediante, interpreta­da según las reglas y leyes derivadas de la constituci­ón española, parece que caminamos firmemente hacia ponernos el mundo por montera si sumamos algún diputado más que el resto, haciendo caso omiso del propio Estatut, que nos pide mayoría de dos tercios para, por ejemplo, modificar ese mismo Estatut. Da igual. Los catalanes estamos cerca de acabar nuestra travesía del desierto y llegar al oasis donde manan ríos de leche y miel. Y si estamos acalorados es por la emoción del momento, por el final de este recorrido histórico donde Moisés y Noé se dan la mano y brindan por el final del largo invierno que se desvanece. El sol nos brasa y nos vivifica. Y nos hace olvidar los peligros. No sé si serán espejismos y si serán duraderos o no. Pero algún año recordarem­os este verano de las fiebres.

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