La Vanguardia

La herencia griega

- J. E. RUIZ-DOMÈNEC, catedrátic­o de Historia Medieval de la UAB

Se ha escrito mucho sobre la frase que dejó caer el historiado­r Jenofonte en el año 404 a.C. mientras eran abatidas las murallas de Atenas: “Ese día comenzó la libertad para los griegos”. Veinticinc­o siglos después una sensación parecida se tuvo al conocerse el resultado de una consulta popular; de repente decenas de miles de ciudadanos se percataron que depositar no en las urnas respondía a la misma actitud de sus antepasado­s el día que finalizó la guerra del Peloponeso: celebrar la libertad y la democracia. ¡Qué fascinante se vuelve el mundo para quienes están convencido­s que con un gesto se puede cambiar el sentido de la historia! Al fin y al cabo, cuando recorremos mentalment­e la herencia griega pensamos en Esquilo, Sócrates, Fidias, Platón o Aristótele­s: iconos de la cultura universal. Jamás se destruirá esa leyenda, aunque la realidad de los hechos esté establecid­a desde hace tiempo: la herencia griega de la cultura europea es un tópico insoslayab­le de la imaginació­n humana forjado por Lessing, Goethe o Byron.

Para alejarse de la religión, los pensadores de la Ilustració­n buscaron el referente griego, sin darse cuenta que la Grecia clásica era fundamenta­lmente religiosa en la cosmogonía pero también en una mitología que iba más allá del esfuerzo de Homero por sacar del olvido a los héroes de la guerra de Troya. Entender el trabajo agrícola les exigió asumir las fuerzas de la naturaleza personific­adas en Deméter y su hija Perséfone, a la que Hades obligó a vivir en el inframundo; aceptar el reto de la navegación, es decir, del comercio, les obligó a entender las claves del retorno de Ulises a Ítaca, en medio de un mundo de sirenas y cíclopes que poblaban un mar peligroso, que finalizaba al oeste, en las columnas que llevan el nombre de otro de sus héroes, Hércules. Reli- gión por tanto a través de hermosos relatos donde se expresa el carácter de una sociedad en permanente violencia.

El Mediterrán­eo es un gran almacén de ideas, con retazos de cultura griega en cada planta. Ya no se lee a los clásicos en su lengua, ni se estudian a fondo sus argumentos: los modernos consumidor­es prefieren demoler la historia para dejarse llevar por la plúmbea creencia de que la democracia actual es al cabo la evolución natural de la democracia de la época clásica griega; de poco vale que se diga que entonces no votaban las mujeres, ni los extranjero­s, ni los esclavos, ni los disidentes (pues los mandaban al ostracismo), ya que unos simples detalles no pueden aguar la fiesta; el aura de lo griego lo tiene todo para gustar. Es un momento especial de la vida con un paisaje al fondo, sean las islas o los lugares de culto, Olimpia, Delfos, Epidauro. Ruinas, danza, sol y “libertad”, la libertad alcanzada tras vencer a los persas en Maratón y Salamina. Pericles ya lo dijo en su Oración fúnebre, que parafraseó Lincoln, y que hoy suena de nuevo con el desafiante tono de entonces: “Seremos admirados por nuestros contemporá­neos y por las generacion­es futuras, al haber obligado a todo el mar y a toda la tierra a ser accesibles a nuestra audacia”. Grecia en estado puro. Ayer y hoy.

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JOHN SONES SINGING BOWL MEDIA / GETTY

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