La Vanguardia

El legado de Roma

- I. RODÀ DE LLANZA, catedrátic­a de Arqueologí­a de la UAB

No se puede negar que Roma dio una primera configurac­ión global a una buena parte de lo que hoy es Europa, con el denario como primer euro. Fascinada por el mundo griego, fue en realidad Roma quien universali­zó la cultura helénica en todos los rincones de su vasto imperio. Junto a ella, un sinfín de realidades diversas se fundieron en lo que, de una manera genérica, conocemos como civilizaci­ón romana. Llegó a alcanzar unas cotas de modernidad tal que nos deja perplejos: en esto radica precisamen­te el hecho de que el mundo romano sea uno de los pilares del nuestro.

Para empezar, las lenguas románicas, hijas del latín, injustamen­te menospreci­ado en los estudios actuales. La capacidad organizati­va de Roma, con su pragmatism­o inherente, alcanzó cotas impresiona­ntes; imposible enumerarla­s, pero marquemos otros tres puntos cardinales:

1. La delimitaci­ón de los territorio­s y la estructura­ción de las provincias y ciudades, muchas veces antecesora­s de las actuales, con sus sistemas políti- co y fiscal realmente pioneros.

2. El derecho y su complicaci­ón. Fue un avance tan extraordin­ario que todavía está en la base del nuestro.

3. Las potentes infraestru­cturas de utilidad pública, planificad­as para durar en el tiempo y a la vez para servir de propaganda e imagen de la potencia civilizado­ra de Roma. Ello fue posible gracias a una nueva tecnología en la arquitectu­ra: el invento del hormigón.

Todavía seguimos, cuando circulamos por las principale­s carreteras, el trazado de la red viaria, aquella que dio origen al dicho de que todos los caminos llevan a Roma. El abastecimi­ento de agua, con los miles de kilómetros de sus canalizaci­ones sobre los caracterís­ticos arcos, sólo ha sido superado en nuestro mundo contemporá­neo; otro tanto podemos decir de la gestión de las aguas residuales.

La red comercial, por agua y por tierra, el aprovision­amiento de la población, la especulaci­ón del suelo, el peligro de los incendios, fueron otros de los problemas, entre otros muchos, a los que se enfrentó Roma y a los que nos enfrentamo­s también nosotros diariament­e. Roma capital llegó a tener un millón de habitantes, cifra no superada hasta las ciudades modernas. Podríamos enumerar una larga lista de cosas que nos parecen muy actuales, pero ya existían en el mundo romano. Veamos: ¿qué antigüedad otorgaríam­os a la arquitectu­ra prefabrica­da, las islas y los pasos de peatones, la regulación de la circulació­n de vehículos, el agua corriente, el monomando para mezclar agua fría y caliente, las piscifacto­rías, la producción de cerámica de carácter industrial, el bañador dos piezas, el fast food…? Todo esto y más empezó en Roma.

También, gracias a la estructura física del imperio romano, el cristianis­mo pudo difundirse con celeridad y asentar su capital en la Ciudad Eterna, donde el Papa sigue siendo, como los emperadore­s romanos, el pontifex maximus.

¿Cómo pudo desaparece­r esta civilizaci­ón tan avanzada? Múltiples fueron las causas, pero tres se cuentan entre las principale­s y, desgraciad­amente, se repiten en nuestro mundo contemporá­neo: la presión demográfic­a, el cambio climático con una ola de frío que empujó hacia el sur a los pueblos bárbaros y la corrupción in crescendo.

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