El legado de Roma
No se puede negar que Roma dio una primera configuración global a una buena parte de lo que hoy es Europa, con el denario como primer euro. Fascinada por el mundo griego, fue en realidad Roma quien universalizó la cultura helénica en todos los rincones de su vasto imperio. Junto a ella, un sinfín de realidades diversas se fundieron en lo que, de una manera genérica, conocemos como civilización romana. Llegó a alcanzar unas cotas de modernidad tal que nos deja perplejos: en esto radica precisamente el hecho de que el mundo romano sea uno de los pilares del nuestro.
Para empezar, las lenguas románicas, hijas del latín, injustamente menospreciado en los estudios actuales. La capacidad organizativa de Roma, con su pragmatismo inherente, alcanzó cotas impresionantes; imposible enumerarlas, pero marquemos otros tres puntos cardinales:
1. La delimitación de los territorios y la estructuración de las provincias y ciudades, muchas veces antecesoras de las actuales, con sus sistemas políti- co y fiscal realmente pioneros.
2. El derecho y su complicación. Fue un avance tan extraordinario que todavía está en la base del nuestro.
3. Las potentes infraestructuras de utilidad pública, planificadas para durar en el tiempo y a la vez para servir de propaganda e imagen de la potencia civilizadora de Roma. Ello fue posible gracias a una nueva tecnología en la arquitectura: el invento del hormigón.
Todavía seguimos, cuando circulamos por las principales carreteras, el trazado de la red viaria, aquella que dio origen al dicho de que todos los caminos llevan a Roma. El abastecimiento de agua, con los miles de kilómetros de sus canalizaciones sobre los característicos arcos, sólo ha sido superado en nuestro mundo contemporáneo; otro tanto podemos decir de la gestión de las aguas residuales.
La red comercial, por agua y por tierra, el aprovisionamiento de la población, la especulación del suelo, el peligro de los incendios, fueron otros de los problemas, entre otros muchos, a los que se enfrentó Roma y a los que nos enfrentamos también nosotros diariamente. Roma capital llegó a tener un millón de habitantes, cifra no superada hasta las ciudades modernas. Podríamos enumerar una larga lista de cosas que nos parecen muy actuales, pero ya existían en el mundo romano. Veamos: ¿qué antigüedad otorgaríamos a la arquitectura prefabricada, las islas y los pasos de peatones, la regulación de la circulación de vehículos, el agua corriente, el monomando para mezclar agua fría y caliente, las piscifactorías, la producción de cerámica de carácter industrial, el bañador dos piezas, el fast food…? Todo esto y más empezó en Roma.
También, gracias a la estructura física del imperio romano, el cristianismo pudo difundirse con celeridad y asentar su capital en la Ciudad Eterna, donde el Papa sigue siendo, como los emperadores romanos, el pontifex maximus.
¿Cómo pudo desaparecer esta civilización tan avanzada? Múltiples fueron las causas, pero tres se cuentan entre las principales y, desgraciadamente, se repiten en nuestro mundo contemporáneo: la presión demográfica, el cambio climático con una ola de frío que empujó hacia el sur a los pueblos bárbaros y la corrupción in crescendo.