El día después de la victoria
Cenando de madrugada con los suyos, Bartomeu fantaseaba con un futuro sin división
Agotado después de semanas de intenso trabajo acompañando a un tipo que de tan incansable parece “biónico”, uno de los hombres de confianza de Josep Maria Bartomeu trataba de describir en pocas palabras al gran triunfador de las elecciones del Barça. “Puede que no sea el mejor candidato. Le falta capacidad de oratoria y carisma, pero con seguridad, es el mejor presidente”. No es obviamente una opinión imparcial, pero coincide mucho con la que expresan todos aquellos que trabajan junto a Bartomeu. Resumiendo, se trata de una persona perseverante y, por encima de todo, conciliadora y dialogante. Es un hecho que sonríe casi todo el tiempo.
Acabada la larga jornada electoral, pronunciado el discurso de vocación transversal (“sudaremos la camiseta como Puyol, Xavi, Abidal y Messi”) y zanjadas las entrevistas con diversos medios de comunicación, Bartomeu y sus futuros directivos, acompañados de sus familiares, se dirigieron al restaurante Nuba, propiedad de Javier Bordas, para picar algo y comentar la jugada. Resultaba tentador y casi inevitable acordarse del gran rival, Joan Laporta, de beligerancia ascendente durante la campaña, pero Bartomeu silenció el intento y soltó una metáfora: “Bajemos la pelota al campo para que la jueguen todos”. Eran ya las dos de la madrugada y se podía pensar que el cansancio le había jugado una mala pasada. Pero no, Bartomeu, ambicioso o quizás iluso, según se mire, cree realmente en el fin de los ismos. Su objetivo en los prolegómenos de la gran cita era llegar al 50 por ciento de votos favorables para reducir la sensación de bipolarización y sentirse cuanto más legitimado mejor, y lo ha logrado en su opinión con creces, por en- cima incluso de las propias expectativas. Es cierto que ni siquiera sumando los votos de los otros tres candidatos estos le dan alcance, pero de ahí a creer que el fin de los ismos está cercano va un trecho. Bartomeu se rebela contra la resignación reinante y lo ve factible. De hecho, está convencido de que el club, con él al timón, está ante una oportunidad histórica de acabar con la eterna división entre facciones o familias, o al menos, de minimizarla hasta parámetros insonoros. Si es necesario, hasta se pone serio para resultar más convincente.
Bartomeu apenas paladeó un
“Es importante bajar el balón para que lo jueguen todos”, les decía en relación a los ismos
gin-tonic y se fue a dormir. El domingo, es decir ayer, volvió a ser un día de celebración, esta vez con todos los voluntarios que han colaborado en la campaña también invitados. El local escogido, Pachá. Cena y copas. Sonrisas para todos y mensajes de máxima deportividad. “Hay que ser señores siempre. Es importante”, insiste el nuevo presidente.
El objetivo de Bartomeu roza la utopía pero se ve capaz. Más quimérico aún parecía ganar el triplete y se ganó, y en parte fue por su intervención directa en el momento crítico de la temporada, cuando las personalidades de Luis Enrique y Messi chocaron peligrosamente y apareció él con el botiquín de urgencia. Habló con uno, habló con otro. Mantuvo conversaciones con Mascherano, con Xavi... Sobresalió su carácter mediador, convocó elecciones, se pacificó el entorno y, cuando el equipo empezó a carburar, fue de los primeros, evidentemente en privado, que habló del triplete. Veía al equipo enchufado y los mensajes que le hacían llegar los jugadores reforzaban su optimismo. Y al final se hizo el milagro.
Bartomeu le ha dado la vuelta a todo, sonriendo, sin broncas, equivocándose, pero se ha salido con la suya. De momento ha ganado las elecciones. Ahora va a por el más difícil todavía: la imposible unidad.
Quería superar el 50 % de voto favorable y lo ha hecho con creces; se ve ante una ocasión histórica