Ni Nobita ni Braveheart
En teoría, que voten 47.000 socios de un censo de 109.000 no debería considerarse un triunfo. Que para animar la participación se tenga que montar un pollo lúdico-festivo e invitar a los socios a almorzar gratis está más cerca de la beneficencia populista que del rigor democrático. Que el derecho de admisión al palco se limite a una élite económica no debería inspirar ningún orgullo institucional. En la práctica, en cambio, el Barça siempre halla el modo de reforzar su autoestima subrayando una singularidad que, sin ser perfecta, es irrefutable. Sin embargo, esta contradicción convive sin problemas con los mejores éxitos deportivos del club e invita a pensar que, de seguir así, quizás debería crearse la sección de conflictos y fratricidios como una sección más, pensada para preparar a futuros candidatos. Si alardeamos de formar jugadores y entrenadores, ¿por qué no pensar en una Masia de directivos?
Es verdad que antes deberíamos definir cuál es el estilo culé de dirigir. ¿El de Bartomeu, que detesta el efecto hipnotizante del carisma y que prefiere el amontillado prag
matismo del “fets i no paraules”? ¿El de Laporta, que confía tanto en el prestigio retroactivo y en la seducción del idealismo épico que ha perdido nervio propositivo por haber improvisado en exceso y decidido presentarse demasiado tarde? En el ámbito de la caricatura Nobita ha vencido a Braveheart, un desenlace inverosímil desde la lógica de la ficción. Nobita es una víctima del bullying, vago, torpe e infeliz, que necesita la ayuda de un gato cósmico para superar los obstáculos de la vida. Braveheart, en cambio, es un animal de acción, políglota, carismático, héroe y mártir de la independencia, capaz de combatir a sus enemigos y de estimular leyendas que lo convierten en escapista (entre Houdini y el Chapo) o en un líder cigalero que el pueblo libera de las mazmorras del invasor.
Escuchando a Bartomeu y a Laporta la noche de las elecciones parece claro que los apodos no les definen para nada porque la realidad es bastante más puñetera que la ficción y la leyenda. Analizados con perspectiva de cuatro décadas, los resultados del 18-J confirman que: a) siempre hay más socios que no votan que socios que votan, b) los resultados deportivos influyen mucho más que el blablablá programático, c) en la alternancia entre postcruyffistas rupturistas y neonuñistas conservadores los primeros lo tienen más difícil porque el conservadurismo siempre tiene la astucia de fagocitar algunas ideas rupturistas, y d) el barcelonismo de opinión y el barcelonismo de propiedad no tienen nada que ver. Con respecto a las buenas formas entre ganador y perdedor, me han interesado dos momentos del 18-J. En RAC1, Roger Saperas entrevistó a Enric Masip, que hizo una oportuna disertación sobre las causas de la derrota. Entre otros argumentos, Masip habló de una deliberada manipulación mediática, que ha subrayado lo peor de las propuestas de Laporta y lo mejor del ideario de Bartomeu. Con razón, Masip co- mentó que si Laporta hubiera estado en la situación judicial de Bartomeu, habría sido despedazado por la opinión publicada. No dijo nada, en cambio, sobre cómo le ha perjudicado el papanatismo acrítico que suele convertirlo en representante de unos principios extrafutbolísticos que pretende tener en exclusiva, ni por qué no se analiza la influencia de su faceta política, ni cómo nadie se queja cuando la complicidad mediática, que también se da, está más cerca del amiguismo que de la objetividad.
El otro episodio es el gesto de no felicitar a Bartomeu y largarse antes de que el resultado se hiciera público. Un amigo ofuscado compara este gesto con la espantá de Schuster en Sevilla. A mí me parece un acierto que, por principios, Laporta se niegue a participar en un abrazo que habría sido hipócrita. En nombre de un fair play que parece seguir más los códigos de la FIFA que las exigencias de la decencia, a menudo se quieren propiciar reconciliaciones de escaparate que no solo resultan hipócritas sino que prostituyen la búsqueda, diversa y plural, de la verdad. Laporta ha sacado bastantes votos para ganarse el derecho a fiscalizar un mandato que tendrá que gestionar inversiones faraónicas lideradas por un Bartomeu legitimado por los votos. Y como pasa en el fútbol, que exista un banquillo intimidador de directivos dispuestos a salir al campo hará que los titulares jueguen mejor y que, si desfallecen o se lastiman, el club pueda seguir compitiendo.
El barcelonismo de opinión y el barcelonismo de propiedad no tienen nada que ver