La Vanguardia

Sylvia Guillem

BAILARINA

- M. CHAVARRÍA

La bailarina Sylvia Guillem se despide hoy en el Festival de Peralada con coreografí­as de Akram Khan, William Forsythe, Russell Maliphantk y Mats Ek, que creó para ella una pieza titulada precisamen­te Bye.

Es posible que sólo con el paso del tiempo el público de la danza y del arte en general sepa apreciar en su justa medida esa oportunida­d que brinda hoy el Festival de Peralada de asistir al adiós de una bailarina que cuanto menos ha dejado huella. La espigada Sylvie Guillem, de movimiento sagaz y punzante, no parece haber perdido un ápice de la ilusión que la llevó a hacer del baile su vida. Y sin embargo, a sus 50 ha decidido cortar por lo sano y no asistir a su propio declive energético. Este año cierra una etapa que ha durado tres décadas con una gira mundial que la lleva por todo el mundo, de Londres a Japón, con las taquillas totalmente agotadas.

“Llevo desde los 19 en el escenario, he hecho ballet, danza contemporá­nea, teatro… pero siempre con una determinad­a energía, y llegará un momento en el que no pueda dar allí arriba lo que se espera de mí. Yo he querido hacer esto de otra manera: mantenerme sólo mientras pueda dar en la danza esa energía mía, porque un día todo eso se vendrá abajo”, declaró la artista a este diario. Sin embargo, añadió un de- talle que devuelve algo de esperanza: “La carrera que ahora detengo es la de la danza. No digo que si un día se me presenta un proyecto teatral fantástico no vaya a regresar al escenario, pero si lo hago, por favor, no esperen de mí lo que estoy haciendo ahora, porque esto se ha acabado”.

Sylvie Guillem no es una gran conocida a este lado de los Pirineos, no cultivó una fama de prima ballerina como algunas de sus predecesor­as, aunque no pasaba desapercib­ida cuando aparecía en anuncios publicitar­ios de complement­os de lujo, con un vestido negro que dibujaba media esfera, la que trazaba levantando una pierna hasta alcanzar cómodament­e la oreja. Procedente del mundo de la gimnasia rítmica, la pequeña Sylvie había despuntado en el equipo que entrenaba su propio padre. Lleva desde los once sometiendo su cuerpo a la preparació­n física.

Y no es que ansiara bailar y convertirs­e en una estrella de las zapatillas de punta. De hecho, desconocía por completo el ballet. Pero la niña de la banlieue, cuya abuela catalana se exilió en Francia huyendo de la guerra civil española, tuvo la oportunida­d de incorporar el ballet a su ya dura disciplina durante un año, tras lo que efectivame­nte decidió enrolarse en la escuela de la Ópera de París. “O renuncias al ballet y vuelves a casa o te quedas y dejas de llorar”, le dijo su madre. La fama de dura, algo que heredaba de su familia, especialme­nte su abuela, le precedería.

No, Guillem no ha respondido nunca a la imagen de bailarina romántica y glamurosa. Sin propo- nérselo, ya desde su primera etapa en la Ópera de París, marcó un punto y a parte en la forma de interpreta­r los clásicos. Rudolf Nureyev se prendó de ella y con 19 años la elevó a étoile de la Ópera de París, estando el divo al mando de la compañía. Incluso bailó con él. “Hicimos mucho El lago de los cines y también Giselle y La Cenicienta que él mismo produjo. Fue fantástico. A pesar de ser más bajo que yo, no tenía dudas de cómo dirigirme. Y tenía esa mirada inteligent­e. Era una persona que de verdad vivía lo que hacía, no se limitaba a reproducir unos pasos, estaba allí porque sabía que era el momento de estar”, recuerda.

Pero ella, expeditiva, poco dada a la corrección política, le plantó a los cinco años y se fue a la Royal Opera House de Londres. Y le rompió el corazón. Ambos tan decididos a llevar explorar y llevar a cabo el arte a su manera... “Fui escalando los puestos de la jerarquía en la compañía con bastante rapidez, y además, estaba ávida de aprender, era apasionada, estaba lista, supongo que por eso me escogió Nureyev. Pero no quería perder más el tiempo allí, sabía lo que era la Ópera de París, su mentalidad, su gente. Necesitaba ver mundo, experiment­ar otras cosas”.

La crítica decía de ella que era fría en escena. Béjart la convirtió en musa y la puso a bailar el Boléro, con aquellas largas piernas que dibujaban un reloj en las seis en punto. Su cuerpo andrógino atrajo también a William Forsythe, a Robert Willson...

Hoy habrá ocasión de verla en un par de trabajos creados para su des- pedida por los coreógrafo­s de mayor renombre de la escena contemporá­nea. Akram Khan, junto a quien se la pudo ver en el festival Grec bailando aquella impactante Sacred Monsters, le brinda el solo Techne con el que comienza esta despedida, y que es una búsqueda de sí misma en el medio orgánico pero también tecnificad­o. Le sigue un dúo de William Forsythe con música de Tom Willems que bailan dos hombres, para luego volver a escena ella con Here & After, de otro de sus habituales colaborado­res en su última etapa, Russell Maliphantk, que la pone a bailar con una estrella del Ballet de la Scala de Milán, Emanuela Montanari, en una mágica compenetra­ción. Y para acabar, ese Bye que premonitor­iamente creó Mats Ek para ella hace cuatro años y en la que desnuda su alma en uno de los momentos más emocionant­es que ha dado el ballet. “Sí, realmente creo que Mats me conoce mucho mejor que yo misma”.

A los cincuenta años, la artista francesa ha decidido cortar por lo sano y no asistir a su declive energético El show finaliza con ‘Bye’, un solo que creó para ella el coreógrafo Mats Ek y en el que desnuda su alma

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La bailarina francesa en Bye, un solo/retrato que le hizo Mats Ek

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