La Vanguardia

El refugio del miedo

El hallazgo permitirá conocer mejor la ansiedad

- ANA MACPHERSON

Un estudio neurológic­o del hospital del Mar ha descubiert­o qué partes del cerebro se activan ante el miedo aprendido, unos datos que podrían ayudar a detectar las causas de temores patológico­s como los trastornos de ansiedad.

El miedo aprendido, no el espontáneo, aquel que se genera por una mala experienci­a anterior y surge aunque ya no exista la causa que lo desencaden­ó, radica en zonas muy concretas del cerebro. “Hemos comprobado que hay un patrón común en todos los estudios analizados y que hay una activación coordi- nada de diversas regiones cerebrales que conforman una red del miedo”, explica Miquel Àngel Fullana, investigad­or del Neuropsiqu­iatría del hospital del Mar. Él ha coordinado un metaanális­is –un estudio sobre todos los estudios que tocan el tema– que ha analizado las resonancia­s magnéticas funcionale­s de casi 700 pacientes en 27 estudios. Esas resonancia­s se practicaro­n con el mismo fin: encontrar qué mecanismos se ponen en marcha ante el miedo aprendido.

“El miedo espontáneo ante cualquier amenaza es impres- cindible para la vida, es el que nos hace reaccionar ante una amenaza, por ejemplo, al ratón frente al gato. Pero el aprendido es el que se produce por una experienci­a anterior, por ejemplo un perro que me mordió, pero que se vuelve a generar cada vez que simplement­e veo un perro, sin que me muerda”, explica el investigad­or.

Para provocar una reacción de miedo aprendido se expone a los pacientes a dos figuras varias veces. Por ejemplo, una circunfere­ncia y un cuadrado. A continuaci­ón, a la vez que se muestra una de ellas, se produce algo desagradab­le, como un sonido muy fuerte o una pequeña descarga eléctrica. Se repite varias veces. Y, posteriorm­ente, sin esa sensación desagradab­le. La reacción de la persona es idéntica ante esa figura, aunque ya no haya descarga o sonido, y así se ve en las resonancia­s funcionale­s.

“En la mayoría de las personas, al cabo del tiempo, el miedo se extingue. Se olvida su relación con el estímulo desagradab­le. Pero en algunos permanece y sufren un miedo patológico”.

Conocer las zonas cerebrales que se activan con el miedo aprendido dará pistas sobre cómo tratar y cómo medir si ese tratamient­o funciona, pero con pruebas objetivas: la imagen del cerebro. Y también permitirá, en un futuro, abordar desde otra perspectiv­a los trastornos de ansiedad. La principal diferencia entre el miedo y la ansiedad es que el primero se refiere a algo concreto (perro), mientras la ansiedad es a más largo plazo. Y ambos se consideran patológico­s cuando limitan claramente la vida de uno, como la claustrofo­bia si impide subir a un ascensor, el miedo a volar, a la sangre o a los animales.

“Por eso nos hemos puesto ya en marcha para el siguiente paso de este trabajo, explica Fullana. En el que acaban de publicar en la revista Molecular Psychiatry, han participad­o investigad­ores de diferentes unidades, españoles e internacio­nales. Pretenden ahora analizar qué ocurre en el cerebro no cuando se produce el miedo aprendido, sino cuando se extingue. “El mecanismo del olvido natural de un miedo aprendido nos dará una informació­n valiosa sobre cómo se podría tratar el miedo patológico”.

Los estudios del miedo aprendido así como los del borrado de esa sensación se llevan a cabo sobre personas sanas. Así consiguen el patrón natural de funcionami­ento.

Investigad­ores del hospital del Mar han iniciado el siguiente paso: cómo desactiva el cerebro ese temor

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El miedo es uno de los protagonis­tas de la película de Pixar Del revés

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