Esperando a los intelectuales
Más de un 70% de los ciudadanos de Catalunya defienden de manera sostenida desde hace años que el futuro de la relación con España se tiene que decidir en un referéndum legal, democrático y vinculante; así lo manifiestan en las encuestas y en las sucesivas convocatorias electorales. Un porcentaje similar de catalanes expresa su insatisfacción con el statu quo y la voluntad de ir más allá, por la vía de ampliar la capacidad de autogobierno o apostar directamente por la independencia.
La suma de las dos corrientes mayoritarias podía haber dado una fuerza imbatible a los partidos que representaban el catalanismo, y algunos reclamamos reiteradamente un pacto de lealtad recíproca entre independentistas, federalistas y partidarios de la confederación. Para conseguir imponer un referéndum con todas las garantías y, después, para apoyarse mutuamente una vez los ciudadanos de Catalunya hubieran decidido a quién daban su apoyo. No era tan difícil y era una manera de garantizar que los dos bloques se modulaban mutuamente. Pero ni unos ni otros quisieron.
Fue una decisión incomprensible y poco inteligente. Ahora ya es tarde: si el 27-S ganan los independentistas tendrán que intentar sacar adelante solos su proyecto, sin el apoyo de los que defienden la soberanía de Catalunya pero todavía quieren negociar. Si ganan los federalistas o los confederalistas no tendrán el apoyo del independentismo y deberán afrontar solos la negociación con Madrid, que de este modo nacerá condenada al fracaso. Los ciudadanos teníamos derecho a esperar un esfuerzo mayor con el fin de garantizar que el futuro transitara por los caminos más seguros, que sólo la fuerza de la unidad podía garantizar. Sin apoyos externos, los ganadores se enfrentarán a escenarios dificilísimos. Y las dificultades añadidas las pagaremos los ciudadanos.
Por esta razón me ha sorprendido la beligerancia intelectual contra las propuestas de unidad y de pacto. Los mismos que no paran de elogiar la unidad política en los escenarios internacionales, aquí han hecho burla o lo han tachado de antidemocrático. Sorprendente y decepcionante. Que pregunten a los que sufren más duramente la crisis si no habrían querido un pacto excepcional que habría permitido tomar decisiones radicales en favor de un escenario más justo. Ahora todo costará más. Llega la hora de las actitudes individuales, que serán responsabilidad de cada uno de nosotros y que no podrán justificarse en la evolución general de los hechos. Ya no habrá contenciones y modulaciones colectivas y el tono del debate se jugará en buena medida en el papel de periodistas, politólogos e intelectuales. Veremos si están a la altura, y si mantienen las promesas. Muchos han escrito y predicado que si el independentismo ganaba unas elecciones exigirían que Catalunya se pudiera expresar en un referéndum.
Llega la hora de la libertad de criterio, de la defensa insobornable de las convicciones, de la pedagogía y el intento de convencer a la mayoría. Pero también la hora del veredicto democrático que habrá que respetar (adecuando en todo caso nuestra propia lucha al interés general y a la vía que los ciudadanos habrán escogido). Llega la hora de fomentar el debate riguroso y en concordia, pero también la de preparar al país para el respeto escrupuloso a las voluntades mayoritarias. Pero las actitudes que tendrían que parecer obvias no están garantizadas.
También llega la hora de dejar al margen pretendidas superioridades morales: la de los medios de comunicación catalanes que alimentan los tópicos de un pueblo catalán más justo, más nobles y más culto, pero también la de unos medios de Madrid que creen interpretar la voluntad superior de unos dioses que los habrían nombrado en exclusiva representantes de la historia y propietarios del destino colectivo; hay que superar la pretendida superioridad moral del pueblo catalán que algunos predican, pero también la de muchos intelectuales, sobre todo procedentes de la izquierda más convencional, que se consideran por encima del conjunto de los ciudadanos y les niegan el derecho a actuar como mayores de edad.
En las próximas semanas nos tendríamos que convertir todos en la voz de la conciencia, en incordios y en impulsores de la libertad individual. Pero también en garantes insobornables de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Nunca me habría imaginado que un día escribiría esto dirigido a mí mismo y a todos los amigos periodistas, politólogos e intelectuales: la defensa de la libertad y los derechos de las personas supone un compromiso inalterable; también cuando los ciudadanos deciden mayoritariamente optar por opciones que no compartimos. Defender las aspiraciones de los otros cuando coinciden con las nuestras o son minoritarias y no se pueden realizar es fácil; el respeto a los otros cuando se imponen en contra de nuestras propias aspiraciones es mucho más difícil.
Si las listas partidarias de un nuevo pacto con España ganan las elecciones, aparcaré mi escepticismo y haré humildemente lo posible para que sus representantes lleguen a Madrid fortalecidos para representar dignamente el pueblo catalán. Pero si ganan las listas independentistas, espero que otros hagan el mismo esfuerzo por facilitarles el camino, ni que sea con la esperanza de arrancar un referéndum legal, pactado, avalado internacionalmente, democrático y vinculante. No puedo, ni quiero, imaginar que los amigos intelectuales que hayan votado otras opciones negaran el recorrido y giraran la espalda a una opción colectiva decidida mayoritariamente y en libertad.